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Actualizado: 24 de julio de 2025


Yo me levanté de la silla para hablar con ella de pie y que la visita fuera corta. En tan corta visita, me ha dicho mil locuras que me afligen profundamente. Por último, ha exclamado, al despedirse, en su jerga medio gitana: ¡Anda, fullero de amor, indinote; maldecido seas; malos chuqueles te tagelen el drupro, que has puesto enferma a la niña, y con tus retrecherías la estás matando!

Azorín, horrorizado a la sola idea de conocer a López Silva, se ha apresurado a protestar. ¡Oh, no no, tampoco! Entonces el viejo ha movido la cabeza como conformándose con su desgracia, y ha exclamado tristemente: ¡Todo sea por Dios! Este viejo ha venido esta mañana en el tren; esta noche regresará a su casa.

A media mañana entraban por la puerta del salón de la casona la hija y la nieta de don Pedro Nolasco, poco después de haberlas oído yo «gorjear» y llenar el pasadizo de voces argentinas y armoniosas. También las había adivinado mi tío. ¡Jesús!... ¡la cellerisca! había exclamado, al oírlas, en un tono que revelaba más alegría que pesar.

Se ha dirigido hacia , me ha interrogado con voz emocionada y yo le he repetido en pocas palabras lo que me habían contado de Cornelia y de su muerte, pero cuando he llegado al fin del relato, él ha cesado de interrogarme y quizá de verme; sus mejillas se han cubierto de un fuego vivísimo, sus miembros se han puesto rígidos y todo su cuerpo ha temblado con una convulsión súbita; se ha abalanzado hacia la fosa y ha mirado su interior con avidez, y cuando ha descendido el ataúd, sus brazos, que buscaban un apoyo, han rodeado mi cuello. «¡Oh, usted no sabe ha exclamado , usted no sabrá nunca los tormentos que esta mañana trae a mi memoria!

¡Buen temor el tuyo! si no fuera porque Luisa no quiere escándalos, ya le hubiera yo acostumbrado á que se saliese humildemente de su casa cuando yo entrase, sólo con haberle hecho huir á puntapiés la primera vez. ¿Pero qué te ha dicho la señora Luisa? Nada; ha tomado el pañuelo, se ha puesto muy pálida y ha exclamado: ¡me quiere perder! Si fuera viuda, no temblaría así. Estremecióse Montiño.

Por un momento, pareció que estas reflexiones le tranquilizaban, pero en seguida volvió su corazón a latir con fuerza y su mente a trabajar. «¿Cómo explicar la extraña actitud de la señora Princetot?... Sus frases llenas de ambigüedad y sus terrores... ¿Por qué le había prohibido que viese de nuevo a Simón? ¿Por qué había exclamado con el espanto reflejado en sus ojos: ¡Ya es demasiado que se encontraran ayer!...»

Palabra del Dia

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