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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Frente a la granja, a unos cinco pasos, en un talud, se veía al cosaco muerto por Kasper el día anterior; estaba blanco por la escarcha y rígido como si fuese de piedra. Dentro, el fuego de la estufa, que se había encendido, calentaba el ambiente.
Esta vez, papá no mandó buscar al médico: podía fijar el dianóstico él mismo. Hasta mamá se compadeció de los sufrimientos de la desdichada, tanto como se lo permitía su apatía, y ésta no consentía que se alejase de la estufa para atender a su hija enferma.
Las ocho menos cuarto, señor doctor respondió la anciana, ocupándose en arreglar la tapa de la estufa. ¡Vaya! ¡vaya! exclamó él, enderezándose. ¡Qué perezoso me he vuelto! Y... ¿han llegado cartas? Sí, varias por correo y una que trajo personalmente el joven señor Hellinger hace dos horas. ¡Pero, si hace dos horas, era todavía de noche!
Los respiraderos de nuestra cámara estaban cruzados por rejas: las paredes y las puertas, chapeadas de hierro; teníamos en medio una mesa, sujeta al suelo, que se podía desarmar y adaptar a la pared; unas cuantas sillas de tijera, una estufa de Plymouth, varios ganchos para las hamacas, colgadores para cada uno de nosotros y los cofres de cinc.
Chorreaban los rostros, las blusas caladas de agua humeaban como ropa blanca puesta a secar en estufa, y en pleno invierno los infelices pasaban así días enteros, hasta las noches inclusive, acurrucados en sus mojados asientos, tiritando entre aquella humedad malsana, porque no se podía encender fuego a bordo, y muchas veces era difícil ganar la costa... Pues bien, ni uno de aquellos hombres se quejaba.
Pensaba Emma, al verse renacer en aquellos pálidos verdores, que era ella una delicada planta de invernadero, y que el bestia de su marido y todos los demás bestias de la casa, querrían sacarla de su estufa y transplantarla al aire libre, en cuanto tuvieran noticia de tal renacimiento.
A veces, soñando, soñando, y viendo cosas que no existen, es decir, que existen en otra parte, me pregunto yo: ¿Pero no podría suceder que algún día tuviera yo una casa magnífica, elegante, con salones, estufa... y que a mi mesa se sentaran los grandes hombres... y yo hablara con ellos y con ellos me instruyera?. ¿Por qué no ha de poder ser?
En lo humano, era Luz una de estas plantas. No es de extrañar que al salir de su estufa sintiera la impresión de otro ambiente más frío, y que esta impresión no le fuera agradable. Hay que decir algo sobre la realidad envuelta en estos simbolismos de jardinería, para que el lector no extravíe su juicio sobre el carácter que debe conocer a fondo entre la hojarasca de las imágenes.
Al anochecer, el crepúsculo hace ostentación de su magia; el sol tiene fantasías, aparece en un fondo de nubes rojo, da a la superficie de las olas reflejos rosados e inunda a veces el mar de luz dorada, dejándolo como un metal fundido. Por marzo, cuando el invierno ha pasado; cuando la estufa, encendida por los rayos solares en el verano, se extingue por completo, el mar está frío.
Pero se le grabó de tal modo aquella última mirada lanzada sobre la esposa detestada que, diez y seis años después, cada uno de los rasgos de la fisonomía marchita estaba aún presente en su espíritu, cuando contó en todos sus detalles la historia de aquella noche. Se volvió inmediatamente hacia la estufa, donde Silas Marner estaba meciendo a la niña. Ahora estaba muy tranquila, pero no dormía.
Palabra del Dia
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