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Actualizado: 12 de junio de 2025


La marquesa entraba, en efecto, causando su presencia un movimiento general de sorpresa, seguido de un murmullo prolongado que disipó las angustias de Butrón, hizo sonreír triunfalmente a la de Bara y morderse los labios a Currita, adivinando desde luego una rival, la más temible, porque era la más detestada.

¡A que no fuerzas, hambre detestada Del oro, que los ánimos perdidos Tras llevas con

Hambre y Enfermedad, executoras De mis terribles mandos y severos, De vidas y salud consumidoras, Con quien no vale ruego, mando, ó fueros, Pues ya de mi intencion sois sabidoras, No hay para que de nuevo encareceros De quanto gusto me será y contento, Que luego, luego, hagais mi mandamiento: La fuerza incontrastable de los hados, Cuyos efectos nunca salen vanos, Me fuerza á que de sean ayudados Estos sagaces milites Romanos, Ellos serán un tiempo levantados, Y abatidos tambien estos Hispanos; Pero tiempo vendrá en que yo me mude, Y dañe al alto, y al pequeño ayude Que yo que soy la poderosa Guerra, De tantas madres detestada en vano, Aunque quien me maldice, á veces yerra, Pues no sabe el valor desta mi mano, bien que en todo el orbe de la tierra Sere llevada del valor Hispano, En la dulce sazon que esten reynando Un Carlos, un Filipo, y un Fernando.

Pero se le grabó de tal modo aquella última mirada lanzada sobre la esposa detestada que, diez y seis años después, cada uno de los rasgos de la fisonomía marchita estaba aún presente en su espíritu, cuando contó en todos sus detalles la historia de aquella noche. Se volvió inmediatamente hacia la estufa, donde Silas Marner estaba meciendo a la niña. Ahora estaba muy tranquila, pero no dormía.

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