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Actualizado: 3 de junio de 2025
Océano era un viejo dios de luengas barbas y cornuda la cabeza, que vivía en una caverna submarina con su mujer Tetis y sus trescientas hijas las Oceánidas. Ningún argonauta se atrevía á ponerse en contacto con estas divinidades misteriosas. Sólo el grave Esquilo había osado representar á las Oceánidas, vírgenes verdes y sombrías, llorando en torno del peñón en que estaba encadenado Prometeo.
Y no reparan que si en el mundo no hay Amadises, tampoco hay Gargantúas ni Pantagrueles, porque las caricaturas gigantescas no son más que idealizaciones sui generis, siendo bajo este aspecto tan ideal un Sueño de Quevedo como una tragedia de Esquilo o unos tercetos de Dante.
Tomemos, pues, menos por lo serio las Odas de D. Eduardo Marquina para dejarle en paz con los poderes celestiales y prevenir cualquier milagro que le perjudique. Con tal limitación bien puede afirmarse que las Odas tienen algo a modo del Prometeo encadenado, de Esquilo, y algo también, sin que las aceptemos como profecías, de las visiones de Ezequiel y del Apocalipsis del Aguila de Patmos.
A cada instante hay un chambo y se vende una caballería; no es como aquí, que pasan los jueves en la Puerta de Toledo sin que se cambie una mala burra. Y yo, cuando no esquilo en las ferias, sirvo de arreglaor, y como tengo labia, doy mi empujoncito para que el compare venda su género, y después hay alboroque y se bebe el buen vaso de mor y la rica copa de pañaló.
Cuando los ciclos legendarios de la Grecia habían sido ya desenvueltos de un modo maravilloso por el genio de Esquilo en trilogías dramáticas que parecían insuperables, Sófocles logró, sin embargo, aventajarle. No hubiera conseguido esto, si guiado por el amor propio tratase de superarle buscando mayores y más vivos efectos, esforzando las galas del lenguaje.
No cabe duda que entre esos restos humanos, mezclados con los de rinocerontes, hienas y osos de las cavernas, ninguno encerraba el cerebro de un Esquilo ó de un Hiperco; pero ni Hiperco ni Esquilo hubieran existido si los primeros trogloditas divinizados por los griegos con el símbolo de Hércules, no hubiesen conquistado el fuego del rayo ó del volcán, si no hubiesen fabricado armas para limpiar la tierra de los monstruos que la poblaban, si no hubieran así, en una inmensa batalla que duró siglos y siglos, preparado para sus descendientes las épocas de relativo descanso, durante las cuales se ha elaborado el pensamiento.
Esquilo, Sófocles y Eurípides no tuvieron inconveniente en escribir sobre un mismo tema: sea ejemplo el Filoctetes. Pero nuestro amor propio vidrioso, el afán desaforado de originalidad que nos devora nos hace pensar que quedaríamos deshonrados aceptando el argumento hallado por cualquier otro escritor, aunque sepamos sacar de él mejor partido.
Un mar de cabezas agitábase ante aquellas plataformas que recordaban el teatro primitivo, lo mismo el tablado de Esquilo que la carreta de Lope de Rueda.
Los que tomaron por lo serio a Esquilo, en su Prometeo encadenado, supusieron que Júpiter se vengó de sus blasfemias ordenando a su águila que desde lo sumo del aire dejase caer una enorme tortuga que llevaba entre las garras, sobre la venerable calva del glorioso dramaturgo, y le saltase los sesos.
«Ved ese trono, centro de la tierra», dice Esquilo, hablando de Delfos. En muchos otros sitios, según la fantasía del poeta ó la imaginación popular, se erguía la columna central. Pindaro la veía en el Etna: los marineros del Archipiélago la ponían en el monte Athos: el gran hito que se veía siempre por encima del agua, ya dejando las orillas de Asia, ya navegando por los mares de Europa.
Palabra del Dia
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