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¡Triste resultado después de tantos esfuerzos! El Universo entero se le aparecía como una sombra fugitiva que se desvanece con el sujeto que lo contempla.

Iba Watson á retirarse, cuando se levantó un portier del recibimiento, dejando visible una mano blanca rematada por una pulsera de reloj. Esta mano le hacía señas cual si pretendiese atraerlo. Después apareció Elena por entero, invitándole con palabras y sonrisas á pasar adelante.

Otro miserable y además un estúpido que merecía cuanto mal le viniera encima, como él, como Ana lo merecían también, como lo merecía el mundo entero que era un lodazal.... ¡Oh, aquellos relámpagos debían quemar el mundo entero si se quería hacer justicia de una vez!».

En la pregunta del juez había visto una especie de incitación, casi una provocación a decir por entero su secreto pensamiento, como si su pensamiento secreto fuera el mismo del juez. Yo no tengo pasiones que satisfacer respondió éste. Un solo amor me guía: el amor de la justicia... Si se ha hecho justicia... ¿Lo duda usted? A no me tocar dudar...

Cuando Rafaela se enteró de todas estas cosas, concibió el propósito de vindicar al Brasil de aquellos injustificados desdenes, volviendo por el honor de su patria adoptiva y probando a Arturito que todas las heteras parisinas no valían un pitoche comparadas con ella, y que ella las vencía en beldad, ingenio, sal y garabato.

Porque no hay que soñar en arrancarla la idea: la tiene arraigada en lo más hondo; la coge en cuerpo y alma. ¡Y tratándose de un carácter como el suyo, tan entero, tan equilibrado y firme!... ¿Quién demonios había de pensar que la diera por ahí?

Y abrazaba y daba palmadas en la espalda también a su Frígilis para que no tuviera celos de Mesía. Quintanar era feliz; quería que lo fueran todos los suyos, su mujer, sus criados, y los amigos, hasta los conocidos, el mundo entero. Si Mesía le preguntaba en broma: ¿Qué tal Kempis? ¿Qué dice de esto Kempis? El otro contestaba: ¿Quién? ¡Qué

Al día siguiente, la historia de la cadina correría por París entero, justificando gloriosamente su fuga de Constantinopla, y rodeándole a él de la aureola de lo novelesco, de lo absurdo, de lo imposible; pedestal el más alto sobre que suele colocar sus ídolos de un día el público de papanatas ilustres, que anda a caza de novedades y cuentos.

Había pasado el día entero cavando la tierra ó domando el caballo salvaje y el toro feroz. Sentía un fuerte deseo de contemplar á su Eva unos instantes; el mismo deseo que sienten muchos de adorar á los seres que los maltratan; la admiración irresistible que nos inspira todo lo que nos cuesta muy caro. ¿Y esta mujer no le había costado el Paraíso?...

Lo único que mitiga un tanto la enormidad de mi delito es la mala opinión que tenía yo entonces de casi todas las mujeres. Si lo hubiera previsto... me hubiera guardado bien de pretender á Doña Blanca. Aunque no hubiera habido otra mujer en la tierra... su corazón hubiera quedado entero para D. Valentín, sin que yo se le robara.