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Actualizado: 3 de mayo de 2025
No te apures por eso, chica; es que está creciendo aún... debes alegrarte. Siguió la conversación todavía un buen rato. Miguel prometió traer al día siguiente sus maletas. Julia, brincando de alegría, le enseñó el gabinete donde iba a dormir en tanto que no se buscase una casa más capaz, como acababa de convenirse entre ellos.
Abrió su bolso y sacó el portamonedas, tomó dos piezas de a rublo y un poco de plata menuda y se los enseñó al abogado y a los jueces . ¡Miren! Este dinero lo he ganado con mi oficio. Este traje también, así como este sombrero y estos pendientes. No tengo nada, absolutamente nada que no haya ganado así.
Introdúxolos en casa, con ademan de desdeñosa generosidad, un portero que parecia un gran señor, y los presentó á un criado principal, que les enseñó los aposentos de su amo. Sentáronlos al cabo de la mesa, sin que se dignara el dueño de aquel palacio de honrarlos con una mirada; pero los sirviéron, como á todos los demas, con opulencia y delicadeza.
Todo español era soldado. Las continuas algaradas, cabalgadas y rebatos en los límites de los reinos musulmanes y cristianos obligaban al labriego a arar la tierra con las armas prontas. Una operación agrícola costaba muchas veces una batalla. El árabe le enseñó a cabalgar en corceles indómitos; la tradición del país, que databa de los auxiliares de Aníbal, hacía de él un peón infatigable.
Conmigo, sin embargo, este caso se da muy raramente, y si yo me hago la ilusión de ser leído por alguien, es, tan sólo, gracias a ciertas almas piadosas que de vez en cuando me envían misivas insultantes a propósito de mis artículos. Yo enseño estas misivas y consolido con ellas, ante las Empresas, mi posición y mi prestigio.
Mi hermana, la duquesa de Somavia, tiene instrucciones mías y te dirá la forma en que dispongo que se emplee el legado. Con ella nada te faltará.» Esta carta la leí siendo ya hombre. Mi padre se la había entregado a la duquesa, y ella me la enseñó. Pero recuerdo cuando mi padre la leyó por vez primera, en el Pazo de Valdedulla, estando el conde de cuerpo presente.
Estaba la Superiora hablando con Sor Antonia en la puerta de una celda, cuando llegó muy apurada una reclusa, diciendo: «Le he mandado que venga y no quiere venir. Me ha querido pegar. ¡Si no echo a correr...! Después cogió un montón de aquella basura y me lo tiró. Mire usted...». La recogida enseñó a las madres su hombro manchado de mantillo.
Casi estoy por afirmar que no me besó nunca, que nunca me hizo una caricia. En cambio me enseñó cuanto ella sabía, y mi padre me consideraba como un portento precoz, como una sabia pequeñuela. La vida de mi padre, aunque yo entonces no lo comprendía, comprendo ahora que era disipadísima, y todo lo contrario de ejemplar.
Tengo un payé poderosísimo: llevo en el pecho tres plumas de caburé. Usted es casi del país; usted sabe lo que es eso. No hay hombre ni fiera que pueda nada contra mí. ¡Macanas!... ¡Todo macanas! Ya había surgido la terrible palabra. El policía empalideció al verse desmentido con un tono de desprecio. Pero ¿no le digo que tengo un payé?... Mírelo. A usted solo se lo enseño.
Maxi, después de leer, siguió diciendo: «Le vi en el Saladero; allí debiera estar ese canalla toda su vida. Olmedo, que iba conmigo, me le enseñó. Fue a ver a mi hermano; él iba a visitar a un tal Moreno Vallejo que también está preso por conspirar. ¡Y el tal Santa Cruz es de lo más cargante...!». Fortunata se tapaba la cara con el periódico, fingiendo que leía.
Palabra del Dia
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