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Imposible parece que la muerte pudiese buscar un sitio más imponente, más agreste, más inhospitalario y más misterioso que aquel calcinado monolito que se mantiene en pie por un prodigio de equilibrio, evitando su desmoronamiento innumerables baletes, cuyas retorcidas y múltiples raíces constituyen otros tantos eslabones que encadenan una por una las infinitas grietas que el tiempo y las aguas han ido corroyendo en aquel fantástico sarcófago, á cuya entrada brama de continuo la salvaje voz del gran Pacífico.

El fondo de la mayor parte de sus dramas adolece de falta de solidez y de riqueza esencial, y consiste en una serie de escenas diversas que, si bien encadenan la atención, carecen de unidad y de objeto, por cuyo motivo la impresión total que hacen en el ánimo es siempre superficial y floja.

De repente brilla de nuevo el alma del Príncipe en toda su pureza y sublimidad; su espíritu casi se ha despojado de los lazos mortales, que lo encadenan, y la muerte le hace prorrumpir en palabras de una energía indescriptible, como si viniesen del imperio de lo eterno, y anunciasen la verdad, también inmutable. «¿Cómo es posible dice J. Schulze encontrar palabras bastante expresivas, para alabar como se merece al poeta, que ha sabido hacer brillar el espíritu divino de su héroe, ofreciéndolo en toda su desnudez, desde el abismo del oprobio y de la humillación más completa, de tal manera, que el astro de este hombre celestial aparezca más esplendente en medio de la noche más obscuraEsta escena es de las más sublimes, que ha creado hasta ahora la poesía, demostrando lo que nunca se ha representado en esa forma: la grandeza espiritual y moral reduciendo á polvo, por su superioridad, á todo lo terrestre, y manifestando y descubriendo lo divino en la suprema elevación del alma humana.

Por este motivo encarga D. Pedro á su favorito Don Juan, que averigüe el paradero de la Infanta, y la traiga á sus manos. El favorito se apresura á ejecutar sus órdenes: llega á descubrir el domicilio de Leonor; pero lo encadenan de tal suerte los encantos y amabilidad de la desdichada dama, que, en vez de prenderla, la ayuda á huir, anunciando después al Rey que no ha logrado apresarla.

Pero en la ficción escénica, los acontecimientos y las imágenes se encadenan de muy distinto modo, y así el espectador, bien sea por hábito ó por predisposición caprichosa de sus sentidos, no comprende que un «barba» débil y pequeñuco pueda ser padre de una «primera actriz», robusta y alta, ni menos reducirla con sus amenazas á sumisión y obediencia; ni tampoco que el «segundo galán» aventaje al «primero» en estatura y gallardía, ya que su misma cualidad de «segundo» implica cierta noción de inferioridad ó dependencia. ¿Qué queréis?