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Actualizado: 5 de junio de 2025
La piedad. ¿Qué le dice a usted su orgullo? le dice: «no cedas y muere envenenado por el rencor antes que pronunciar una palabra indulgente». ¿Qué le dice la piedad? le dice: «perdona para que seas perdonado».... Sé que hay razones de aparente fuerza; pero yo he estudiado el asunto con cariño y he visto que lo que usted presenta como obstáculo no lo es.... Dios quiere sin duda que esta obra se realice, porque desde que la emprendí, estoy viendo con mucha claridad el camino de ella. ¿Y qué veo?
Me calcé y me abrigué convenientemente; bajé al portal con muchas precauciones para que no lo notara mi tío, y emprendí resueltamente el camino del pueblo, borrado en absoluto por la nieve. Me costó el descenso del pedregal más de cuatro costaladas; pero llegué vivo y pronto. No aspiraba yo a otra cosa. ¿A qué puerta llamar? A la primera. Llamé.
Pero inflexible en mi determinacion, y hechos mis preparativos, emprendí un mes despues este viage de descubrimiento. El 2 de julio de 1832 salí de Cochabamba, dejando otra vez la civilizacion de un pueblo para aventurarme nuevamente en el seno de los desiertos, donde debia encontrarme solo conmigo mismo.
Mis compañeros personales habían tomado la delantera ya; veía yo a mi colega con el cónsul inglés de Hoda, tranquilo sobre su suerte, me despedí, piqué mi mula y emprendí solo y rápidamente la marcha hacia adelante.
Me levanté muy temprano al siguiente día, y acto continuo emprendí el camino que llevaba al castillo del duque de C..., inmensa y gótica mansión en la que no hubiera reparado siquiera, a encontrarme todavía impresionado por la narración de la víspera.
Desde que vine a esta santa casa, emprendí, como sabes, la gran batalla de mi espíritu. Trato, con la ayuda de Dios, de transformar en amor fraternal el amor de un orden muy distinto que arrebató mi alma.
De vez en cuando procuraba verter alguna frase bonita para que éstos la reprodujesen en su diario y las gentes se admirasen de mi valor. Llegó por fin el instante terrible de emprender la marcha hacia la muerte, y yo la emprendí con la mayor sangre fría.
Luego, sin mirarle, emprendí una carrera desesperada, loca, al través de las calles. Llegué á las afueras de la ciudad y allí me detuve jadeante y sudoroso. Aquel guardia me conocía. Lo más probable es que viniera á preguntarme algo referente á mi yerno. Mi conducta extravagante le había llenado de asombro. Mi sudor se tornó frío de repente.
Palabra del Dia
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