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¡, , estudia, querido, exclamó Paco Ruiz, que ya verás cómo te paga este país! D. Lino sonreía bienaventuradamente diciendo al promotor «que bueno era estudiar; que brutos demasiados había en Vegalora». El grupo siguió marchando por las calles oscuras y mal empedradas, riendo cuando alguno tropezaba y charlando animadamente.

Las calles, empedradas de grueso guijarro, resplandecían a la luz de los reverberos. Al salir de la casa unos tomaron por la calle abajo; otros, entre ellos Fernanda, hacia arriba en dirección a la plaza. Pocos pasos habían dado cuando sintieron el estrepitoso trotar de unos caballos que doblaban en aquel instante la esquina y bajaban hacia ellos.

Entre tanto les enseñáron la ciudad, los edificios públicos que escalaban las nubes, las plazas de mercado ornadas de mil colunas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caña, que sin parar corrian en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcian un olor parecido al del clavo y la canela.

Si se ven algunas calles y alamedas espaciosas y alegres, la gran masa de la ciudad está cortada por callejuelas sucias, tortuosas, oscuras, empedradas con guijarros, estrechísimas, complicadas en laberinto, completamente moriscas.

Las calles de Teruel son por lo general estrechas, tortuosas y medianamente empedradas, pero muchas hay muy aseadas y algunas con alcantarillas: para el sistema de las calles puede considerarse la ciudad dibidida en dos partes; por la del Salvador que unida al Mercado y calle del Tozal, corre de E. a O. formando una línea semicurva desde la puerta del Salvador a la antigua de Zaragoza.

Se siente un vivo placer al recorrer casi todas las calles de Cádiz, ó al reposar bajo la espesa sombra de las magníficas arboledas de las plazas de «San Antonio» y de «Mina». Aparte del interes que excitan los corrillos de gentes de todas condiciones y las tiendas elegantes llenas de curiosidades, donde quiera se camina de sorpresa en sorpresa al recorrer las mejores calles, las que no empedradas ricamente embaldosadas.

Oyó que don Álvaro se despedía con una voz temblona y muy humilde. ¿Irá usted al teatro? No, de fijo no contestó la Regenta, cerrando detrás de la puerta y entrando en el patio. A las ocho en punto, la berlina de la Marquesa venía arrancando chispas por las mal empedradas calles de la Encimada; llegaba a la Plaza Nueva y se detenía delante del caserón arrinconado.

Las calles son estrechas, empedradas, sin aceras, de casas bajas y blancas. Un arroyuelo infecto corre por el centro, formado por las aguas sucias que surten de los corrales. Al paso, tras las vidrieras, se inclinan las manchas pálidas de los rostros curiosos; se oyen los gritos lejanos de unos muchachos que juegan en otra plaza. En esta plaza se levanta una iglesia gótica.

La agricultura, á causa de lo accidentado del terreno, no es de gran consideración, pero hay bastante industria. Los habitantes tejen sombreros y petacas con tiras de hojas de una palma llamada burí. El agua corre en abundancia por los lados de la calle, abiertos como canales; todas están empedradas con una especie de macadán

El interior de Lisboa ofrece poco que de notar sea: sus calles, con excepción de las modernas, bastantemente hermosas, están muy mal empedradas, contándose muchas, mas de la mitad, sin esta indispensable mejora, y en abandono completo.