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Actualizado: 21 de junio de 2025


Al proferir estas palabras se le había ido anudando la voz en la garganta, hasta que se echó a llorar perdidamente. Me costó mucho trabajo calmarla, pero al fin lo conseguí elogiando su carácter franco y sencillo y su buen corazón, y prometiendo quererla y respetarla siempre. Me hizo jurar una docena de veces que no pensaba nada malo de ella.

En fin, ya era bastante tarde y aun estábamos hablando, cuando advertí que la humedad de la tarde no podía serle beneficiosa. Entonces entramos en las habitaciones, apoyada por una parte en mi y por otra en una joven a la que ama mucho y a la que siempre está elogiando.

Severiana la enseñó como un trofeo, reventando de orgullo. «¡Un conejoclamaron media docena de voces... «¡Hija, cómo te has corrido!». «Hija, porque se puede, y lo he sacado por siete riales». Jacinta creyó que la cortesía la obligaba a lisonjear a la dueña de la casa, mirando con muchísimo interés las provisiones y elogiando su bondad y baratura.

Y los convidados de doña Manuela entraron en la casa, confundiéndose unas familias con otras, saludándose las mujeres con un tiroteo de besos y elogiando todas las cualidades de la «posesión» que la viuda de Pajares tenía en Burjasot.

Además, usted necesita no sólo que la censuren, que la corrijan, sino que la animen también, elogiando sincera y noblemente la mucha parte buena que hay en ciertas ideas y en los actos que usted cree completamente malos.

Siguió al estupor un grito de indignación. Nunca se colorearon tan vivamente las mejillas de los lacienses como en aquel momento; ni siquiera cuando la prensa de Madrid vino elogiando cierta comedia escrita por un hijo de la población. ¡Qué de improperios, primero contra Granate, luego contra D. Juan, después contra Fernanda!

Cuando Muret se marchó, después de haber ordenado un reposo absoluto y elogiando mucho a Elena por su sangre fría y por la prudencia de sus cuidados, fui a buscarla al jardinito, donde estaba sentada en el sillón habitual de su padre, a la sombra del tilo y en una postura un poco caída. Sus ojos hundidos y su palidez atestiguaban su emoción.

Me costó mucho trabajo calmarla, pero al fin lo conseguí elogiando su carácter franco y sencillo y su buen corazón, y prometiendo quererla y respetarla siempre. Me hizo jurar una docena de veces que no pensaba nada malo de ella. Después de secarse las lágrimas recobró su alegría y comenzó á charlar por los codos. Me expuso en pocos instantes una infinidad de proyectos á cual más absurdos.

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