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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
El local era una taberna retocada, con ridículas elegancias entre pueblo y señorío; dorados chillones; las paredes pintorreadas de marinas y paisajes; ambiente fétido, y parroquia mixta de pobretería y vendedores del Rastro, locuaces, indolentes, algunos agarrados a los periódicos, y otros oyendo la lectura, todos muy a gusto en aquel vagar bullicioso, entre salivazos, humo de mal tabaco y olores de aguardiente.
En la glorieta del puente de Toledo, entre las dos pirámides de piedra que descansan en su pedestal sobre los boliches dorados, como dos gigantescas mesillas de noche, vio una masa obscura con puntos brillantes: una fila compacta de hombres negros. Era la policía cerrando el paso. El entierro avanzó sin titubear.
A veces, cuando los rayos del sol fenecían momentáneamente por la interposición de alguna nube, los resplandores se apagaban y la arena tomaba los matices grises y dorados de las telas amarillas de seda.
Entonces aparecieron, en su intacta firmeza, los dos fuertes pechos bruñidos y cuasi dorados como copas de ámbar; y el mancebo sintió correr por toda su carne la tentación de aquella cintura cogida y de las abultadas caderas, irisadas por la humedad y la penumbra. La mujer caminó hacia la alcoba, con claro rumor de ajorcas y brazaletes, dejando la huella acuosa de sus pies en el mármol.
Era el hospital de los barcos, según palabras de Iriondo. En medio de aquel pueblo flotante, estaban los yates de los ricos de Bilbao, blancos y ligeros como juguetes, con la cubierta entoldada para resguardar los dorados y las maderas preciosas de las cámaras.
Unas quintillas de Fray Luis de León comenzaban así: Si quieres, como algún día, alabar rubios cabellos, alaba los de María, más dorados y más bellos que el sol claro al mediodía.
Dos sillones, puestos el uno junto al otro, estaban delante de la mesa; una hilera de sillones dorados alrededor del salón junto á los tapices, y espejos y cuadros cubriéndolos á éstos. Ultimamente, delante de la mesa había un brasero de plata con fuego.
El portal.... ¡Qué portal! ¡Una maravilla! Fué obra de tía Carmen: era un portal lindísimo, de cristal, con estrellas, soles y cometas, y ángeles, y serafines, y arcángeles que tenían en las manos bandas de seda con letreros dorados que decían: «Gloria in excelsis Deo». Mi tía Carmen le hizo con prismas y candeleros de cristal, y fué el encanto de cuantos le vieron.
Los techos fueron de lacerias ó de parihuelos pintados por sus tres caras, al claroscuro, con fantasías platerescas, combinadas con motivos sarracenos; y en las tabicas los monogramas góticos de ihs xps. ó María. Piñas ó racimos estalactíticos dorados completaban la decoración.
Muy cerca tambien están: la Casa de la ciudad, el hotel ó Palacio del gobierno cantonal y la graciosa iglesia de Nuestra-Señora. Ese templo y los demas que existen en los barrios altos se distinguen por su estilo del Renacimiento, sumamente recargados en su interior de mármoles, dorados, relieves y mil adornos que tanto abundan en todas las iglesias donde los Jesuitas han puesto la mano.
Palabra del Dia
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