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En un lado divisé el castillo de Dueñas, donde se verificó el casamiento de Doña Juana la Loca; en otro el castillo de Tariego, al que se acogió el Rey D. Ramiro después de una derrota; allá Torquemada, cuna de Zorrilla; acá el pueblo de Baños, donde los tomaba el Rey Recesvinto; por una parte, fábricas de harinas, también históricas, como que fueron teatro de los famosos incendios de 1856; por otra, los productivos campos de Castilla la Vieja, que se parecen al carácter de sus habitantes en que, sin galas ni lujo de expresión, dan lo que prometen y es una verdad lo que producen.

Me despertó repentinamente una sensación de frío; el agua chorreaba de mi cabeza, cara y traje, y frente a divisé al viejo Sarto, con su burlona sonrisa y con un cubo vacío en la mano. Sentado a la mesa, Federico de Tarlein, pálido y desencajado como un muerto. Me puse en pie de un salto, y exclamé encolerizado: ¡Esto pasa de broma, señor mío! ¡Bah! No tenemos tiempo de disputar.

Gloria de la virtud, pena del vicio Son sus acciones, dando al mundo en ellas De su alto ingenio, y su bondad indicio. En esto estaba, quando por las bellas Ventanas de jazmines y de rosas, Que amor estaba á lo que entiendo en ellas; Divisé seis personas religiosas Al parecer de honroso y grave aspeto, De luengas togas, limpias y pomposas.

Levanté los ojos y me pareció reconocer en la joven el porte elegante y gracioso, la fisonomía encantadora de mi linda bailarina, de la señorita Cecilia D'Ortlies: mis dudas se convirtieron en certeza cuando divisé, algunos pasos detrás de ella, a una mujer que, provista de un álbum y del indispensable lápiz, escribía al mismo tiempo que andaba.

Subí á un cerrito, en el que hallé paja cortadera y apio, y desde él divisé, aunque confusamente, dos árboles, que se me figuraron dos sauces, junto á los cuales habia yo bebido agua el año pasado, en el viage que por tierra hice al Colorado: y aunque estaban como 4 leguas de distancia, le dije al contra-maestre que estaba conmigo que me acompañase, y siguiésemos hácia los dichos árboles.

Volví a nadar lentamente, y a tres pasos vi una sombra; era el enorme cilindro que saliendo de la ventana llegaba a flor de agua. Su diámetro era, aproximadamente, doble que el cuerpo de un hombre. Iba a acercarme más, cuando divisé al otro lado del tubo la proa de un bote. Mi corazón latió con violencia y permanecí inmóvil.

Era peligroso seguir allí y hundí otra vez las espuelas en los ijares de mi caballo, a la vez que clavaba mi espada en el pecho del rufián que tenía delante. La bala de su revólver me rozó una oreja; tiré de la espada, pero no pudiendo arrancársela del cuerpo la solté y salí a escape en seguimiento de Sarto, a quien divisé en aquel momento a unas veinte varas de distancia.