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Actualizado: 7 de septiembre de 2025


Al ir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la móvil centella de sus faroles; pero confundidos ya colores y formas, cansábanse los ojos de Lucía en seguirlos, y con renovada melancolía se posaban en el mezquino y ético jardín. Ello es que nunca les faltó conversación. Los ojos de Lucía no eran menos incansables en preguntar que solícita en responder la lengua de Sardiola.

Subyugada por el terror que inspiraba aquel hombrecillo venenoso a cuantos le rodeaban, siguió adelante, sin el niño y sin la cesta, mientras la vieja, santiguándose, se apresuraba a meterse en casa. Apenas si se distinguían como puntos indecisos en el blanco camino las mujeres que marchaban al pueblo.

Entre sus maravillas se distinguian el pabellon central, las fuentes y la mezquita. Sus paredes estaban cubiertas de oro y mármoles trasparentes de diversos colores: su techo de lo mismo, y pendia de su centro una perla de incomparable tamaño y valor que entre otros preciosos dones habia regalado á An-nasír el emperador Constantino Porfirogénito.

No me sentía abochornado en lo más mínimo, demasiado atontado y amodorrado, como estaba aún, para darme cuenta exacta de mi situación. Al principio, nadie notó mi presencia; porque, en las salas reservadas para los hombres, el humo de los cigarros era tan compacto que a tres pasos no se distinguían sino bultos confusos... Se jugaba fuerte.

Los vecinos en lo interior de sus moradas distinguían, por el estrépito de las ruedas y el chasquido de las herraduras, a cuál de los magnates mencionados pertenecía. Eran, en suma, tres instituciones venerandas que los hijos de la ciudad sabían amar y respetar.

Aquí una cortina que tape la suciedad de la pared, allí una araña, más allá un jarrón con flores, todo discutido larga y calurosamente antes de ser colocado en su sitio. Las que más se distinguían en la obra de ornamentación eran D.ª Marciala y Marcelina, la primera por su actividad frenética, la segunda por su gusto y habilidad.

Apenas se distinguían los muebles, antiguos, de maderas de color atezado y los dorados de las marqueterías brillaban débilmente. Telas de colores sobrios, blancas muselinas flotantes completaban un conjunto de tonos pálidos y dulces, impregnando de tranquilidad y recogimiento en la semioscuridad de un suave crepúsculo.

Caras curtidas por el sol y el viento, severas pero simpáticas, de ojos inteligentes, expresivos y un poco burlones; un acento mesurado y sonoro, y de correcta pronunciacion en lo general, y un aire de benevolencia y honradez, distinguian á esos rústicos hijos de la Vieja Castilla.

Estos partidos, que se distinguían por cintas de diversos colores, que llevaban en el sombrero, se hacían la guerra de tal manera, que cada uno se esforzaba en rebajar al otro y en silbar las composiciones nuevas que aplaudían. Sus nombres duraron largo tiempo, y sirvieron luego para los actores de los diversos teatros en donde representaban.

Tenemos, es cierto, la sangre ardiente, el punto de honor de una susceptibilidad a veces excesiva, la vanidad del valor llevada a la altura de la pasión; pero sería ridículo pretender que esos caracteres no distinguían también a los demás pueblos americanos. En Colombia, el duelo, aunque más frecuente que en Chile y el Perú, no es común.

Palabra del Dia

passaro

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