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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Las señoras, mascando el último caramelo y viendo terminado por aquel día el desfile de hombres ilustres, abandonaban las tribunas. Abajo las aguardaba el coche para dar un paseo por la Castellana. Aquella extranjera de la tribuna diplomática también se movía para irse. Pero no; daba la mano a su acompañante, le despedía y se quedaba, moviendo aquel abanico que con su revoloteo turbaba a Rafael.
Rafael levantó la cabeza y vio vacía la tribuna diplomática. Aún creyó distinguir en su lóbrego fondo las grandes plumas del sombrero. Salió del banco apresuradamente y se lanzó al pasillo, donde le detuvieron muchos para felicitarle. Ninguno le había oído, pero todos le daban la enhorabuena, le estrechaban la mano, impidiéndole avanzar.
Y sin embargo, afirmó con enérgica sinceridad, créanlo ustedes o no lo crean, yo daría con gusto todos estos años intensos y todas las perspectivas de mi carrera diplomática, por volver a vivir el encanto de mis quince años, entre mis relaciones de aquí, donde los recuerdos me han dejado no sé qué perfume de sentimientos inolvidables.
Pero, D. Mario decía la diplomática señora mientras los ricitos postizos de su cabeza se agitaban con elocuencia, ¿cómo quiere usted que la comida esté sazonada o no se la sirvan fría, cómo quiere usted que le tenga el cuarto arreglado a tiempo ni las cosas a punto, si desde hace una temporada no tiene hora fija para nada; tan pronto se le ocurre almorzar a las once como a las dos, unas veces se levanta a las siete de la mañana, otras duerme hasta las tres de la tarde?
No sólo hay éxitos en la carrera diplomática y un solo pantalón rojo vence a veces, nada más que con mostrarse, a las sabias combinaciones de todos los Talleyrand del mundo.
Su fama llegó hasta el Ministerio de Estado. «¡Lástima de chico! ¡La maldita literatura! ¡Si el grande hombre levantase la cabeza!» Y todos, jefes de sección, ministros de diversas categorías, secretarios y hasta agregados, repetían lo mismo: «Tiene talento, es un original; pero le falta el pliegue». El tal pliegue significaba su falta de adaptación a «la carrera», su rebeldía a moldearse en las tradiciones y frivolidades de la vida diplomática... ¡Para lo que valía la dichosa carrera!
En 1857 se suscitó una grave cuestion diplomática que amenazó producir la guerra entre Prusia y Suiza; pero las grandes potencias intervinieron, Francia ofreció su mediacion, y aunque el rey de Prusia conserva su vano título de «príncipe de Neuchâtel,» como otros se llaman «reyes de Jerusalem,» la absoluta autonomía del Canton, como Estado federal, quedó reconocida.
Claro está que el Vizconde de Goivoformoso, aunque sólo fuera por su posición diplomática, podía aspirar a más honda penetración en París y a trato más íntimo con las varias aristocracias indígenas; pero, como recién llegado, empezó por visitar y frecuentar los círculos hispano-americano, español, portugués y brasileño.
¿Es mejor que el de María Huerta? preguntó con tonillo irónico, donde no se adivinaba, sin embargo, gran irritación. Pepa había cambiado de plan: pensó que sería mucho mejor adoptar la vía diplomática. A un chiquillo como Emilio, que no había sido indócil hasta entonces, era fácil atraerlo con el cariño. Aquél, en la oscuridad del coche, se había puesto colorado. El de María Huerta no vale nada.
Liberal antiguo, gran admirador de Martínez de la Rosa por sus versos y por la elegancia diplomática de sus corbatas, torcía el gesto al leer los periódicos y las cartas de su hijo. ¿En qué pararía todo aquello?... En el corto período de la República volvió el padre a la isla, dando por terminada su carrera. «La Papisa Juana», a pesar del parentesco, fingía no conocerle.
Palabra del Dia
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