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Fernan Jiménez de Arenós, uno de los mas principales Capitanes Aragoneses que vinieron con Roger en Grecia, por algunos disgustos, como dijimos arriba, se apartó de nuestra compañía.

Ya dijimos en el tomo II, pág. 170, que la compañía de Juan Navarro representó en la corte de Carlos I, y en el mismo lugar de nuestra obra hicimos mención también de algunos dramas ingleses del reinado de Carlos II, imitaciones de otros españoles.

Miró á su marido largamente, á pesar de que ella sola pensaba en la casa, y al fin aceptó, pero con la condición de que la princesa elevaría en la punta extrema de su propiedad una capilla á la Virgen. Era un deseo de su imaginación simple que había acariciado toda su vida. Sin la capilla no aceptaba el millón. «¡Vaya por la capilla!», dijimos.

Fernando VI, que ascendió al trono de España en el año de 1746, se interesó poco ó nada por el drama nacional, pero favoreció á la ópera italiana, que, como antes dijimos, se había introducido en España desde principios del siglo.

La abundancia de palabras de Calderón y su elocuencia casi inagotable en estos discursos, nos causa cierta extrañeza, y es innegable que sería de desear que se las aligerase de tanta profusión; sin embargo, conviene recordar lo que dijimos antes, á propósito de la manera con que se recitan estas narraciones por los actores españoles.

Dio ella un ligero grito y exclamó: ¡Con que era el Rey! Así se lo dije a mi madre apenas vi el retrato de Su Majestad. ¡Oh, señor, perdón! No recuerdo tener nada que perdonarte dije. Pero, señor, todas aquellas cosas que dijimos... ¡Oh, te las perdono de todo corazón! Voy a decirle a mi madre... Ni una palabra le ordené.

Y mientras el padrino contestaba «tra, tra; tra, tra», como si con un martillo golpease el jierro, te pusiste coloradilla y bajaste los ojos leyendo al fin en los míos. Y yo me dije: «Güeno, esto va bien». Y bien fue: pues, sin saber cómo, nos dijimos nuestro querer.

¡Sorpresa la nuestra, querida...! Llegamos a la estación, nos apeamos del tren y ni un alma que nos los buenos días. Pues señor, ¿qué hacemos...? La carta sin duda no ha llegado a sus manos, nos dijimos. ¡Ni un coche siquiera por allí! Era necesario pasaros un recado y esperar más de una hora.

Pero, Francisca dijimos con indignación, ¿cómo puede usted decir una cosa semejante? Dios mío, no griten ustedes tanto respondió poniéndose las manos en los oídos. Certifico que un exceso de cualidades en la mujer aleja a los pretendientes... En cambio una llena de defectos se casa en seguida. Entonces está usted madura para el matrimonio respondió la de Ribert medio enfadada, medio en broma...

Esta transformación, dijimos también, ha de ser violenta y fatal, si parte de las esferas del pueblo; pacífica y fecunda en resultados, si de las clases superiores. Algunos gobernantes han adivinado esta verdad, y llevados de su patriotismo, tratan de plantear reformas que necesitamos para prevenir los acontecimientos.