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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Animación mundana reinaba en el frugal desayuno, y aunque las monjas se esforzaban por mantener un orden cuartelesco, no lo podían conseguir. «Ese plato es el mío. Dame mi servilleta... Te digo que es la mía... ¡Vaya! ¡Ay, San Antonio, qué duro está el pan!... Este sí que es de la boda de San Isidro. ¡A callar! Algunas tenían un apetito voraz; se habrían comido triple ración, si se la dieran.
Este infeliz inválido, cuyo fondo se había abierto al encallar, amenazaba despedazarse por sus propias convulsiones, y no podía tardar el momento en que, desquiciada la clavazón de algunas de sus cuadernas, quedaríamos a merced de las olas, sin más apoyo que el que nos dieran los desordenados restos del buque.
Esta fué una de las cosas más señaladas de esta expedicion, y que más puede ilustrar la nacion Catalana y Aragonesa; pues cuando los Romanos, vencido Mithridates, ganaron el Asia, alcanzaron una de sus mayores glorias, y lo que el valor de tantos famosos Capitanes y ejércitos conquistó en muchos años, lo adquirieron los nuestros en menos de dos, y si con engaños y traiciones no les atajaran su fortuna, quedaron absolutos señores y Príncipes de la Asia, y quizá si se conserváran, detuvieran los Turcos en sus principios, y no les dieran lugar á dilatar ni engrandecer los límites inmensos del Imperio que hoy poseen.
Era la primera vez que Miguel oía decir bien en un corro, de las personas del mismo arte o profesión que los presentes; y no poco quedó admirado de que fuesen los toreros, gente por lo regular inculta y plebeya, quienes dieran ejemplo de nobleza y compañerismo a los que cultivan otras artes más elevadas.
La casa, el bosque, los prados, el jardín... Mire usted qué horrible es esta magnolia. La casa muy fea y muy antigua, siempre lo he dicho... Si la dieran tan siquiera un revoque y me pintaran los balcones, todavía... El bosque no vale para nada, no trae utilidad, está ocupando un sitio precioso para hortaliza o espalera de fruta o lo que le manden. Fernanda soltó una carcajada.
Margarita habla atropelladamente, como si las sensaciones y las «ideas» no dieran lugar, en su afluencia vertiginosa, a la ordenación y concierto de la palabra. Me voy a poner el corsé dice para probarme los trajes: yo me los pruebo y tú apruebas o desapruebas. ¿Te parece? ¿Conforme? ¡Dí que sí! Sí, mujer, sí. No me dejas hablar. Tú te lo dices todo. Bueno... voy a ponerme el corsé.
Tantos materiales, pues, como habían de servir para la historia del teatro español, exigían, por su número, el trazado de límites que los contuviesen; y de la misma manera que parecía preciso que esas indicaciones de los asuntos poéticos se encerrasen en un círculo determinado, teniendo en cuenta la concisión más bien que la difusión, así también las reflexiones á que dieran margen habían de ser sobrias, y los datos históricos manejados encontrarse en íntima relación con las letras.
Pero desde que se posesionaron de la casa los mellizos, ávidos de vida y de leche, que había que formar con buenos alimentos, el dichoso y asendereado padre no pudo obsequiar a la abuelita con los sobrantes de su ganancia, porque no los tenía. Más que para dar estaba para que le dieran.
Las casas no son más que unas cabañas de paja dentro de los bosques, una junto á otra sin algún orden ó distinción; y la puerta es tan baja que sólo se puede entrar á gatas, causa porque los españoles les dieran el nombre de Chiquitos; y ellos no dan otra razón de tener así las casas sino que lo hacen por librarse del enfado y molestia que les causan las moscas y mosquitos, de que abunda extrañamente el país en tiempo de lluvias, y también porque sus enemigos no tengan por donde flecharlos de noche, lo cual sería inevitable si fuese grande la puerta; fuera de ésta, no tienen otro ajuar que una estera bien débil que al más leve soplo del aire se cae.
Y en aquel momento, al revolver aquella carta, después de tantos años, aquel turbio oleaje de penas abrumadoras, punzantes desdenes, ofensas terribles, negras ingratitudes, lágrimas solitarias y despreciados sacrificios, veía la infeliz levantarse en su corazón el amor a su marido, vivo siempre, fuerte, avasallador, resistiendo al olvido, al desdén, al insulto, al tiempo mismo y a la ausencia misma, viviendo sin esperanzas que le mantuvieran y le dieran savia, y por eso, inmortal como el alma.
Palabra del Dia
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