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Estaba en un desierto; rodeábale una noche. ¿Qué había dicho? Nada. Y había hablado mucho. Aquello fué como si diera golpes en el vacío, como si hiriera en una sombra creyéndola cuerpo humano, como si hubiera encendido un sol en un mundo de ciegos. Bajó con el alma atribulada, oprimido el corazón, ardiente y turbada la cabeza, bañado el rostro en sudor frío.

¡Qué sed tengo! murmuró Lucía . Diera por un vaso de agua.... Bajémonos: beberá usted en la fonda respondió Artegui, a quien el imprevisto suceso comenzaba a sacar de su abstracción.

En el bulevar de la Buena Nueva me compré una levita de verano por 35 francos. El amo del establecimiento quitó la enseña donde estaba escrito el precio, y nos dió la levita perfectamente envuelta en un gran papel. Yo le di dos piezas de 20 francos, y esperaba que me diera la vuelta; pero el amo no pensaba en tal cosa.

¡Adiós, patria adorada, región del sol querida, perla del mar de Oriente, nuestro perdido edén! a darte voy alegre, la triste mustia vida: si fuera más brillante, más fresca, más florida, también por la diera, la diera por tu bien. En campos de batalla, luchando con delirio, otros te dan sus vidas, sin dudas, sin pesar.

Primero se rió mucho, después todo su empeño era abrazar a D. José y llamarle su amigo. Relimpio, por el contrario, más se enfurecía a cada instante. Los otros le incitaban, y sabe Dios cómo habría concluido el lance si el catalán, que brindaba a cada momento, no diera de improviso con la mole de su cuerpo en tierra.

A fe que si me fuera dado, y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no sólo a los presentes, sino a todo el mundo, cómo no hay virtud que no se encierre en una dueña.

El creía ver todo esto, ¡pobre hombre! Su pipa, que el tiempo había vuelto negra como el ala de un halcón, había caído de su boca entreabierta, sin que él se diera cuenta; sus ojos se llenaban de lágrimas, su corazón latía con violencia.

Adios, Patria adorada, region del sol querida, Perla del Mar de Oriente, nuestro perdido Eden! A darte voy alegre la triste mustia vida, Y fuera más brillante más fresca, más florida, Tambien por la diera, la diera por tu bien.

Cuando me vió llegar sin la cesta me preguntó: «¿No me traes la comida?» «Mi madre me dijo que no tenía que mandarle; que si usted tenía algunos cuartos me los diera para comprar panLlevó la mano al bolsillo, pero no sacó nada de allí, y me dijo con una alegría que yo comprendí que era fingida: «No hay necesidad de ir por pan; no tengo hoy ganas de comer; conque á trabajar, amigo mío». Y se puso, en efecto, á manejar el hacha con nuevo afán.

Don José, que no había visto a Isidora desde la edad de seis meses, no podía, por el rostro de ella, discernir si era cierto o falso lo que afirmaba su pariente; pero por costumbre siguió llamándola ahijada, y desde entonces comenzó el cariño de que tan grandes pruebas diera más tarde.