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Me asomé a la ventana, y escruté con ojos ansiosos el horizonte, que ya no era ondulante, sino llano y dilatado, cubierto de sembrados, de olivos, de naranjos, cuyos distintos verdes lo matizaban alegremente. Los setos azulados de pita contribuían poderosamente a embellecerlo, y le daban ya un carácter enteramente meridional. El río se desplegaba majestuoso por medio del extenso valle.

Sin embargo, lo que parece ser la verdad es que la selva, y todas estas silvestres criaturas á que daba sustento, reconocieron en aquella niña un sér humano de una naturaleza tan libre como la de ellas mismas. También la niña desplegaba aquí un carácter más suave y dulce que en las calles herbosas de la población, ó en la morada de su madre.

«Bien puedes abrigarte» indicó Feliciana a su amiga; y Rubín vio el cielo abierto, porque pudo decir en tono de sentencia filosófica: , está la noche fresquecita. Llévate el llavín... añadió Feliciana . Ya sabes que el sereno se llama Paco. Suele estar en la taberna. La otra no desplegaba sus labios. Parecía que estaba de muy mal humor.

Cuando hallaba ocasión, echaba una puntadita; pero doña Lupe tenía más conchas que un galápago, y se hacía la tonta... pero tan tonta que habría que pegarle. Apretado por el crecimiento aterrador de su deuda flotante, el filósofo desplegaba un tesón y constancia más que fraternales en el cuidado de Maxi.

Y como estos conocimientos solían ser tan recientes que muchas veces databan de la noche anterior o del mismo día, su fuerza era irresistible. ¡Qué serie asombrosa de pormenores, cuánta erudición desplegaba en ocasiones! Los contrarios quedaban silenciosos y confundidos y los parroquianos de las mesas inmediatas henchidos de admiración.

Durante la comida, todos charlaban por los codos, excepto Pacorrito, que por ser muy corto de genio no desplegaba sus labios. La presencia de aquellos personajes de uniforme y entorchados le tenían perplejo, y se asombraba mucho de ver tan charlatanes y retozones á los que en el escaparate estaban tiesos y mudos cual si fuesen de barro. Principalmente el llamado Bismarck no paraba.

Por la tarde volvían á hallarlas en el Perejil, y allí, viendo al sol hundirse majestuosamente en el Océano entre rojizos resplandores, su amor se hacía reservado y melancólico. El horizonte se desplegaba como una visión de oro. El mar bebía la irradiación del cielo.