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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Y por entre medio de esta invasión rústica, pasaba la gente de la ciudad; los burguesillos de arregladas costumbres con una capa vieja y un enorme capazo, en el que metían las provisiones, después de regatearlas tenazmente; las señoritas que veían en el mercado de los miércoles algo extraordinario que alegraba la monotonía de su existencia; los desocupados que pasaban horas enteras de pie, junto al puesto de un vendedor amigo, curioseando lo que cada cual llevaba en su cesta, murmurando de la avaricia de unos y de la generosidad de otros.

En el siglo XVIII y principios del XIX, estaban designadas con toda claridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres «desde la madrugada hasta las once de la mañana, los hombres hasta el toque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para que entraran las mujeres hasta las diez de la noche

Maltrana siguió con la vista un buen rato al interesante personaje, motivo de regocijo para las criadas de las plazuelas y para los desocupados que se reúnen en tabernas y portales. «¡Y pensar se decía Isidro que si nace dos siglos antes hubiésemos tenido un San Vicente más!...» El joven olvidó pronto a su original amigo. Comenzaban a salir mujeres de la fábrica de gorras.

Los periodistas, siempre á caza de novedades, habían averiguado en la noche anterior las disposiciones de Flimnap, y todos los diarios de la capital anunciaron por la mañana el primer rasuramiento y la primera corta de cabellos del gigante después de su llegada á las costas de la República, lo que hizo que los desocupados acudiesen en grandes masas para presenciar tan curioso espectáculo.

Pablo, que había concluido su compromiso en el regimiento, dejó el servicio y volvió a París con su joven cantora de opereta... luego fue una bailarina... después una cómica... más tarde una amazona del circo. Ensayaba todos los tipos. Así vivía con la brillante y miserable vida de los desocupados.

Trabajaba el zapatero para las tiendas de la ciudad, sin adelantar gran cosa. Desde que salía el sol sonaba su martillo en el silencio del claustro. Esta manifestación única del trabajo profano atraía a todos los desocupados a la habitación mísera y maloliente.

En aquel famoso mentidero, centro recreativo de ociosos y desocupados, se reunían a todas horas los jóvenes más guapos y los viejos más parlanchines de la budística ciudad.

A Juan le fue dado contemplar los más hermosos ejemplares de la gente del gran mundo, de la que había oído hablar, pero que desconocía. Todos aquellos desocupados, aquellos inútiles, se daban delante de él aires de gran importancia, que en un principio no le chocaron; pero, como era muy observador, sintió en breve cerca de ellos un sentimiento de inferioridad que le hizo pensar.

Ahora, señores, vuelvo a decir que mi señor se puede ir solo, y buen provecho le haga, que yo me quedaré aquí, en compañía de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejorada la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto; porque pienso, en los ratos ociosos y desocupados, darme una tanda de azotes que no me la cubra pelo.

Enseguida descifraron el jeroglífico los desocupados villavejenses, que hasta en grupos de seis en seis acudieron los primeros días para leer en voz alta y a una: «La cotorra de El ValencianoDespués soltaban una risotada, miraban hacia el fondo del bazar contiguo, y se iban haciendo muchos comentarios.

Palabra del Dia

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