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Algunas otras parejas amarteladas había diseminadas por los rincones oscuros del recinto. Pero la gran mayoría departía bromeando unas veces y otras cantaba. Regalado, espíritu sarcástico, llevaba la voz en todas las bromas. Resuelto estoy de una vez decía desde su silla con voz compungida á arrepentirme del cariño que hasta ahora sentí por una rapaza de esta parroquia.
Al menor descuido, Demetria se escapaba á la cocina y departía familiarmente con las criadas y aun retozaba con ellas. La misma D.ª Beatriz, por sus propios ojos, la vió pellizcar á la cocinera y recibir de ésta en cambio algunos azotes y liarse y triscar como becerras, todo entre groseras carcajadas y gritos reprimidos.
Sin duda la repulsa sufrida la había herido y no quería exponerse á otra. Un día que D. Félix después de comer se hallaba de mejor humor y departía amigablemente con los mayordomos debajo del corredor emparrado, D.ª Robustiana se aventuró á decirle: Mañana es día de amasijo, señor, y además tengo que colar la ropa de dos semanas... ¿Quiere que mande un aviso á Flora para que venga á ayudarme?
Sin embargo, una tarde en que departía cariñosamente con su cuñada, después de muchos rodeos, y poniéndose colorado hasta las orejas, le preguntó por Ventura. ¿Qué noticias tenía de ella?
Alguna vez se dignaba sonreir el egregio huésped y hacía a su bella interlocutora el honor de levantar los caídos párpados para fijar en ella una mirada de curiosidad y simpatía. La joven, exaltada por aquella honra, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, departía con fácil ingenio y palabra, mostrando tanta gracia y finura, que el Duque quedó de ella altamente complacido.
Saltaba alegremente el carruaje sobre el empedrado de las calles. El gran fisiólogo iba de humor excelente y departía sobre su famoso descubrimiento con Rivera, que apoyaba con vivos movimientos de cabeza sus disquisiciones. Luego que salieron de la villa y empezaron a correr por la carretera tuvieron un gracioso encuentro.
A los diez parecía su íntimo amigo, departía con ellos familiarmente y hacía reír a la hermosa chula con la batería de chascarrillos y donaires que tenía reservados para las hijas del pueblo. Mientras tanto el semblante de nuestro buen amigo Mario expresaba una muda y profunda desesperación que causaba pena. Romadonga era capaz de pasarse toda la noche hablando con la chula.
Oía misa todos los días, confesábase a menudo, aunque no tanto como sus amigos pretendían; alumbraba con un cirio en las procesiones o llevaba en hombros alguna imagen cuando los estatutos de la cofradía en que estaba inscrito lo exigían. Era amigo de todos los clérigos, con quienes departía familiarmente en las sacristías.
Palabra del Dia
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