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Margarita, con los hermosos ojos fijos en el suelo, parecía ruborosa y como con miedo; pero no embargante esto, cuando oyó los pasos de Cervantes y las palabras que doña Guiomar, con la voz no muy segura, le había dirigido, alzó la vista y en él la fijó, y de tal manera, que él se encontró entre dos fuegos; que de una parte le miraban los lucientes y enamorados ojos de doña Guiomar, y de otra los más tímidos, aunque no más castos, de Margarita, que aunque triste y apenada por la muerte de su madre y por la tristísima orfandad en que se veía, no se defendía del amor que por Cervantes en el alma se le había entrado, y le mostraba claramente en su mirar ansioso.

Ya no se defendía más que con la paciencia, y de tanto mirarle la cara a la adversidad debía de provenirle aquel alargamiento de morros que la afeaba considerablemente. La Venus de Médicis tenía los párpados enfermos, rojos y siempre húmedos, privados de pestañas, por lo cual decían de ella que con un ojo lloraba a su padre y con otro a su madre.

Y poniéndose en pie, Leonora dio dos pasos en la blanca barca, imprimiéndola un fuerte balanceo, y besó varias veces a Rafael, que soltando los remos se defendía entre risas. ¡Loca! Así no llegaremos nunca. Con descansos como estos se hace poco camino, y yo te he prometido llevarte a la isla.

¿Qué entiende usted de sobrepartos ni de cuarentenas? exclamó Rosa Mística, exasperada al ver el empeño con que don Modesto defendía a sus amigos . ¿Ha parido usted alguna vez, para entender de esas cosas? ¿Conque tiene buen fondo la que cuando poco antes de la muerte de su bienhechora, fray Gabriel la siguió al sepulcro; se echó a reír diciendo que había creído que sólo en el teatro se moría la gente de amor y de pena?

Ronzal, como otros días, defendía en tesis general la moralidad presente, debida a la restauración. Vamos, que usted, Ronzalillo, en estos tiempos de moralidad... dijo el alcalde, con su malicia de siempre. Sonrió un momento Trabuco, pero recobrando la serenidad exclamó: Ni yo ni nadie; créanme ustedes. En Vetusta la vida no tiene incentivos para el vicio.

Aquel bruto le causaba repugnancia por el furor con que defendía sus nuevas creencias, sólo comparable a la bestialidad con que había sustentado las anteriores. Además, le era antipático por el provecho que sacaba de su conversión, explotando al señor Vicente y amenazándole cuando no le daba bastante.

Como todos los hombres de miras amplias y elevadas, no era exclusivista en sus gustos periodísticos. Amaba el periódico por el periódico, por ser una muestra gentil del progreso de la razón humana, o como él decía mejor, «una manifestación levantada de la conciencia pública». Las opiniones que cada cual defendía, eran cosa secundaria.

Al fin y al cabo en aquel momento crítico el corazón hablaba. No en vano había estado enamorada tanto tiempo. La joven se defendía con empeño, negando que estuviese triste y casi casi que hubiera estado enamorada. No se puede llamar amor lo que he sentido por ese hombre... Era una locura, un antojo por cosas agrias, como solemos tener las mujeres.

Peligroso era ir allí con una nave sola exponiéndose a un encuentro con fuerzas superiores enemigas, pero Morsamor, deseoso de señalarse por actos heroicos, propuso a sus compañeros de navegación y de armas dirigir el rumbo hacia Chaul y acudir en auxilio de la flota portuguesa que defendía allí la construcción del castillo y que tal vez en aquellos momentos estaba sitiada y vigorosamente combatida.

El joven se defendía débilmente. Otra vez hablaba acerca de su futuro enlace.