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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Al fin se separaron, se miraron, y don Juan vió en los ojos de su mujer lo que jamás había visto, lo que ni aun había sospechado, lo que no sabía que existiese: un amor sobrenatural, una vida que vivía en su vida; una alegría que era su alegría; un alma que absorbía la suya, la envolvía, la acariciaba y la defendía; una fuerza infinita de absorción que no le dejaba vida, ni deseo, ni voluntad como no fuesen para doña Clara.
Pero la persona desconocida, que parecía estar allí para alegrar la casa, disipó la cólera del primero y secó las lágrimas de la segunda, mientras Lázaro, con la cabeza baja y humedecidos los ojos, permanecía inmóvil delante de sus jueces y de su defensor sin decir palabra, aunque á la verdad no era preciso, porque la joven le defendía muy bien sin desplegar gran elocuencia, ni emplear otros recursos que su claro y natural sentido, su acrisolado y generoso sentimiento.
Si hay algún resentimiento debe olvidarse, sobre todo si, como presumimos, no ha sido por cosa grave. ¡Que se besen! gritaron con más fuerza los comensales. No hubo más remedio. Castro y Alcántara se apoderaron de la Amparo, Ramón y el conde de la Socorro y las fueron aproximando casi a viva fuerza, no sin que ambas protestasen, sobre todo Amparo, que se defendía con energía.
Escondido el rostro entre sus manos, la señora Princetot movía negativamente la cabeza y se limitaba a repetir con obstinación. ¡Ay, Dios mío!... ¡Dios mío!... ¿Por qué... por qué?... Se defendía aún, pero mucho más débilmente. ¿Por qué? replicó Delaberge.
«Y al Magistral no se le decía nada de esto. ¿Para qué? No había pecado. Había ocasión, pero no se buscaba». Además, Ana, puesto que defendía su virtud, creía prudente ocultar todo lo que fueran personalidades al confesor. «Si crecía el peligro, hablaría. Mientras tanto, no».
Pepa Frías, si no comía porque estaba ahita, pellizcaba en las frutas y confites, teniendo detrás de su silla a Calderón, Pinedo, Fuentes y otros tres o cuatro caballeros maleantes que gozaban en tirarle de la lengua. No se la mordía, en verdad, la fresca viuda. Se defendía admirablemente de todos ellos parando y contestando los golpes con maestría. ¿Dónde dice usted que tiene gota, Pepa?
Y en estas conversaciones solía embromar lindamente a Tristán con sus nuevos amigos reprochándole el tiempo que perdía. Tristán se defendía alegando que el trato con la gente de la misma profesión era de absoluta necesidad para sostenerse y confortarse. No lo pienses, querido Páramo, no lo pienses. La unión hace la fuerza en todas partes menos en el arte.
Pues Ronzal, aunque se llama conservador y quiere la unidad católica y otros principios que contiene nuestra política, no es buen cristiano, no lo es como se necesita que lo sea el marido de una Carraspique. Aquel calor con que defendía los intereses espirituales de la familia, les llegaba al alma a los amos de la casa. Ronzal fue desahuciado. El Magistral habló todavía de otros asuntos.
Si Sepúlveda, que era el maestro del rey Felipe, defendía en sus «Conclusiones»el derecho de la corona a repartir como siervos, y a dar muerte a los indios, porque no eran cristianos, a Sepúlveda le decía que no tenían culpa de estar sin la cristiandad los que no sabían que hubiera Cristo, ni conocían las lenguas en que de Cristo se hablaba, ni tenían más noticia de Cristo que la que les habían llevado los arcabuces.
Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo: ¡Justicia de Dios y del mundo!
Palabra del Dia
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