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Actualizado: 23 de septiembre de 2025
Gabriel supo por el Vara de plata que había muerto la madre del curita, y una semana después le vio una tarde en las Claverías. Tenía los ojos enrojecidos, las facciones des-carnadas y con la piel tirante, como si hubiese llorado mucho. Vengo a despedirme de usted, Gabriel. He pasado un mes de penas y de insomnio cuidando a mi madre. La pobre ha muerto.
En tal situación, presentose inopinadamente en Madrid Nicolás Rubín, el curita peludo, que también tenía sus pretensiones de ingresar no sé si en el clero castrense o en el catedral, y ambos hermanos celebraron unos coloquios muy reservados, paseando solos por las afueras.
Después de un corto silencio, habló el conde: Curita es menester que me dé Vd. el desquite. No veo la necesidad. ¡Me parece que entre caballeros!... Por esa regla el juego no tiene término observó D. Luis . Por esa regla, lo mejor sería ahorrarse el trabajo de jugar. Déme Vd. el desquite replicó el conde, sin atender a razones. Sea dijo D. Luis . Quiero ser generoso.
¡Tremenda responsabilidad para mí! exclamó el curita moviendo la cabeza y mirando al suelo, y lo repitió hasta unas cinco veces en tono de púlpito. En aquel instante le vinieron al pensamiento ideas distintas de las que había llevado a la visita, y más conformes con su empinada soberbia clerical.
Yo conozco un capellán de monjas, ancianito, buen cristiano, y que convierte gente mala, porque tiene un pico de oro, un gancho del Cielo que es un primor; el cual curita me está diciendo siempre que le busque un ama de fundamento... Decídete; ¿estampería, estanco o religión con llaves?». Isidora no contestó nada, porque ni siquiera oía lo que Encarnación hablaba. Después nombraron a Mariano.
Sí; el curita Rubín había reconciliado dos matrimonios que andaban a la greña, había salvado de la prostitución a una niña bonita, había obligado a casarse a tres seductores con las respectivas seducidas; todo por la fuerza persuasiva de su dialéctica... «Soy de encargo para estas cosas» fue lo último que pensó, hinchado de vanidad y alegría como caudillo valeroso que ve delante de sí una gran batalla.
Al caer la tarde, Gabriel se despidió de su discípulo: le estaba esperando el compañero en el claustro bajo para encerrarse en el templo. Tal vez no nos veamos más dijo el curita con tristeza . Usted acabará sus días aquí, en la casa de un Dios en quien no cree.
Palabra del Dia
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