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Iba Cabeza Negra á repetir el golpe, cuando sintió su muñeca cogida como con unas tenazas de hierro y vió á su lado á Tristán, el hercúleo arquero, que doblando hacia atrás el cuerpo del normando, haciendo gala de su increíble fuerza, acabó por romperle el brazo y tenderlo cuan largo era sobre las tablas del puente.

Sólo cuando se abría la puerta entraba un eco lejano y horripilante de risas y gritos que no eran como los gritos y risas del mundo. ¡Y cuántos y cuán bonitos libros encerraba el armario de caoba, sobre el cual gallardeaba un busto de yeso!

Ahora veía claro. ¡Cuan tonta había sido! Pero todos sus propósitos de enmienda desaparecieron por la tarde, cuando recibió la visita de su hermano. Don Juan había jurado en todos los tonos no volver a poner los pies en la casa de su hermana; pero al saber el estado de su sobrino se apresuró a visitarlo. Amaba a Juanito.

El marqués la contemplaba con mirada incierta, aun dudando todavía, pero la confidencia que acababa de brotar del corazón y de los labios de la vizcondesa tenía tal sello de verdad, que por misma se imponía; así lo comprendió rápidamente el marqués, y tomando con efusión las manos de la de Aymaret, mientras se sentaba delante de ella abrumado y confuso: ¿Es posible?... le dijo . , yo que nunca falta usted a la verdad... ¡Oh! que Dios le premie el bien que me ha hecho usted... ¡Oh! ¡cuan agradecido le estoy!... ¡No me da usted la dicha, ay!... pero al menos me devuelve carácter y honra.

Frantz empujó la puerta, y vieron en una gran mesa de cocina, en medio de la sala baja, cuyo techo era de anchas vigas obscuras, rodeado de seis velas de sebo, al joven Colard, tendido cuan largo era, dos hombres sujetándole los brazos, y una cubeta debajo.

que lo estoy... y si he de decirte la verdad, no por qué... Estoy muy alegre y muy triste, las dos cosas a un tiempo. Hoy está tan feo el día.... Valiera más que no hubiese día, y que fuera noche siempre. No, no, déjalo como está. Noche y día, si Dios quiere que yo sepa al fin diferenciaros, ¡cuán feliz seré!... ¿Por qué nos detenemos? Estamos en un lugar peligroso.

1 Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones, y lenguas, que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada: 3 ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su Reino, Reino sempiterno, y su señorío hasta generación y generación. 4 Yo Nabucodonosor estaba quieto en mi casa, y floreciente en mi palacio.

Allí, en aquel rincón del universo, vive Jesucristo.... ¡pero cuán solo!, ¡cuán olvidado! Julián se detuvo ante la cruz.

Un solo ejemplo, respecto de un interes muy subalterno, bastará para que se comprenda cuán funestos son los efectos del régimen restrictivo y reglamentario que impera en la mayor parte de España. Poco ántes de mi llegada á Madrid, el Gobierno habia querido favorecer á los mozos de cordel, cuyo servicio está reglamentado.

Este, valiéndose de imágenes, traza la historia de su rebelión contra Dios y de su caída; insinúa con astucia cuán grande es su poder en la naturaleza, y de este modo se propone atraer á sus redes á Cipriano, ansioso de satisfacer su pasión. Sigue á esto la venta de su alma con sangre, y, en su consecuencia, la promesa de poseer seguramente á Justina.