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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este teniente de pobre estatura, que parecía un tenedor de libros elevado por la movilización, era su enemigo!... Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus compañeros aún le pareció más insignificante que en sus visitas á Villa-Sirena.
Creyó, como todos, que la fortuna únicamente puede esperarnos en un lugar de la tierra muy apartado de aquel en que nacimos, casi en los antípodas, y por eso aceptó con verdadera fe los informes de un amigo que le aconsejaba ir á Australia, ofreciéndole para allá varias cartas de recomendación.
Pues, digo, cuando llamaron a la puerta y fue a abrir, y vio ante sí la simpática figura de Jacinta, creyó el pobre hombre que toda la corte celestial penetraba en su casa.
Mochi había seducido a su discípula para dominarla; mucho tiempo creyó tener en ella una gloria futura y una renta de muchos miles de liras, que pronto se empezarían a cobrar.
Se quedó en que aquella noche cenarían todos los del corro a costa de don Frutos. ¡Raro desprendimiento en aquel corazón amante de la economía! Ronzal creyó que una vez más se había impuesto a fuerza de energía; ¡y ahora delante de don Álvaro! Aceptó la cena y el papel de vencedor; por más que estaba seguro de que en su casa no había diccionario. Pero ya que Foja lo decía....
He aquí el lance: Cuéntase que cuando el virrey don Fernando de Toledo vino de España, trajo como capellán de su casa y persona a un clérigo un tanto ensimismado, disputador y atrabiliario, al cual el arzobispo creyó oportuno encarcelar, seguir juicio y sentenciar a que regresase a la metrópoli.
«¿Vió usted algunas de las sublevaciones?...» «¿Tuvo la tropa que matar mucha gente?» «¿Cómo fué el asesinato de Poincaré?» Le hicieron estas preguntas á la vez, y don Marcelo, desorientado por su inverosimilitud, no supo qué contestar. Creyó haber caído en una reunión de locos.
Cuando Jaime se metió en su cama, tres horas después de la media noche, creyó ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capitán Valls y de Toni Clapés. Parecían hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. «Me opongo», repetía el marino con risa irónica. «No hagas eso», aconsejaba el contrabandista con gesto grave...
Quince dias se pasaron en este trato, y el infante creyó siempre que aquellas eran palabras de cumplimiento, y que á lo último obedecerían al rey. En este medio Rocafort, como de su parte tenia todos los Turcos, y Turcoples á su disposicion, y parte del ejercito que le seguia, la otra como inferior no le osaba contradecir.
De modo que una vez que hubo adoptado esta desgraciada idea, creyó ciegamente todas las tonterías y todas las mentiras que Santiago tuvo a bien contarle. ¿Y el gitano? preguntó el capitán.
Palabra del Dia
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