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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Creía estar soñando. «¿Es realidad? ¿Es ilusión?» decía para sí . «Si no fuera por el testimonio irrecusable de ese par de botas, tan mías y tan ajenas a mí como las excrecencias callosas de mis pies; si no fuera por ese hecho flagrante que me pone en contacto con la realidad objetiva, creería que lo visto y oído eran entelequias de mi razón adormecida y ofuscada.
Ya no podía estar en el tabuco de la calle de los Artistas, esperando que su padrastro y su hermano abandonasen la cama para ocuparla él. Se acabó la bohemia triste y errante. Tenía derecho a una casa, como todos... ¿Y por que no a una mujer que le acompañase en esta ascensión hacia la Fortuna, que creía haber comenzado ya?...
En el rumor, que al quebrarse en sus costados hacían las olas, Morsamor creía oír por momentos sollozos, maldiciones y gritos de venganza, y tal vez se figuraba que surgían de la mar las cabezas de los compañeros muertos, que venían nadando y pugnando por detener la nave o por hacerla virar hacia el Oeste. Creció la obscuridad. La noche se venía encima.
En todos los hombres que se le acercaban creía reconocer a don Diego; en todas las mujeres a la señora Chermidy. Sus discursos confusos eran una mezcla de frases de cariño y de imprecaciones. A cada momento preguntaba por su hijo. Le presentaban al pequeño marqués y lo rechazaba con disgusto diciendo: «No es éste. Traedme a mi hijo mayor, al hijo de esa mujer.
Bien sabía, porque bien se veía además, que Emma ya no era una muchacha; pero no importaba; así creía él significar mejor su desprecio: esa muchacha... la abogaducha.
Miraba con ojos de rabia todas las caras conocidas y burlonas que se agolpaban en la verja. Luego volvía los ojos hacia su enemigo Pimentó, que se contoneaba altivamente, como hombre acostumbrado á comparecer ante el tribunal y que se creía poseedor de una pequeña parte de su indiscutible autoridad.
Lucía, que nunca había visto muertos, no pudo imaginar que fuese sino un síncope profundo; creía ella que el espíritu no abandonaba sin lucha y ansías mayores su vestidura mortal.
¿Yo? ¿qué hubiera hecho yo? ¡dar mal por mal y con creces, con horribles creces! primero... en el primer momento se me ocurrió matar... cuando me hieren, lo primero que se me ocurre es matar; pero después... la reflexión, la calma,.. ¡matar! ¡hacer morir! ¡es decir, exterminar! ¡no, no! ¡es poco! yo creía que tenías más alma... y tienes el alma débil... no has sabido sacrificarte para sacrificarle... para sacrificarla á ella...
El Tato le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el Vara de plata creía leer: «Acuérdate de la navaja.» Pero lo que más aterraba a don Antolín era el silencio del campanero, la mirada hosca y dura con que respondía a sus palabras.
Por último, no bastando el chocolate y el refresco, que pudiera pasar por merienda, para gente que comía entonces poco después de mediodía, se sirvió la indispensable cena. Durante este tiempo D. Fadrique buscó y encontró ocasión de tener un aparte con su sobrina, y le habló de este modo: Niña, veo que te gustan los versos más de lo que yo creía.
Palabra del Dia
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