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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Hasta un señor alemán que todos llamaban «doktor», sin saber ciertamente el porqué del título le había preguntado, al enterarse de que Tenerife era isla española, si tendría tiempo para presenciar una corrida de toros.
Dime, prenda, ¿irás esta tarde a la corrida? ¿Acaso estoy capaz de ir? respondió María . Cierra esa ventana, Pepe. No puedo soportar esa luz tan viva ni ese aire tan frío. Al decir estas palabras, se levantó él, y abrió de par en par la ventana. Y yo dijo Pepe no puedo soportar tus dengues. Lo que tienes es poco mal y bien quejado. ¡Adiós, no parece sino que vas a echar el alma!
Aquel domingo era de elecciones, pero sus compañeros de cuadrilla no habían llegado a enterarse de ello. La gente sólo hablaba de la muerte del Plumitas y de la corrida de toros.
Y además, tonta, ¿no ves que es casado, casado por mi religión y en mis altares?, ¡y con quién!, con uno de mis ángeles hembras. ¿Te parece que no hay más que enviudar a un hombre para satisfacer el antojito de una corrida como tú? Cierto que lo que a mí me conviene, como tú has dicho, es traerme acá a Jacinta. Pero eso no es cuenta tuya.
Y procuraba librar su traje de sucios contactos al abrirse camino entre una muchedumbre de gentes mal vestidas y entusiastas que se agolpaban a la puerta del hotel. No tenían dinero para ir a la corrida, pero aprovechaban la ocasión de dar la mano al famoso Gallardo o tocar siquiera algo de su traje.
Encontraba al espada de buen aspecto, acordábase vagamente de una gran cogida que había sufrido: tenía casi la certidumbre de haber telegrafiado a Sevilla pidiendo noticias. ¡Con aquella vida que llevaba, de cambio de países y nuevas amistades, tenía en tal confusión sus recuerdos!... Pero le veía ahora como siempre, y en la corrida le había parecido arrogante y fuerte, aunque un poco desgraciado.
Veía a los banderilleros exponer la vida lo mismo que los maestros a cambio de treinta duros por corrida, y luego de una existencia de fatigas y cornadas llegar a viejos, sin más porvenir que una mísera industria montada con los ahorros o un empleo en el Matadero. Algunos morían en el hospital; los más pedían limosna a los compañeros jóvenes.
Estaban estas gentes con contento: De cristianos no piensan la venida; El subito temor y sentimiento Les hace huyan todos de corrida. Oblígales á muchos el lamento De hijos y muger á perder vida; Acude cada cual al arco y flecha, Con ver venir la muerte muy derecha. Al fin, en cuatro pueblos que se ha dado, Algunos que defensa procuraban, La vida entre las lanzas han dejado.
En su comparación, la más sangrienta corrida de toros es menos cruel, y menos peligrosa para el hombre que muchos juegos y ejercicios, como la caza de leones, osos y tigres y hasta como las mismas carreras de caballos, donde tal vez los jockeys están más expuestos que los toreros y pueden reventarse o romperse la nuca.
Las crueles esperas en días de corrida, la visita a los santos, las incertidumbres supersticiosas, todo lo aceptó como incidentes necesarios de su vida. Además, la buena suerte de su marido y la continua conversación en la casa de lances de lidia acabaron por familiarizarla con el peligro.
Palabra del Dia
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