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Era una pequeña figura de cuatro pies de alto que representaba a Ofelia coronada de flores. Había tanto desembarazo en la postura, tal delicadeza en las facciones, tanta inocencia en la expresión, que jamás había visto una interpretación más viva de la inmortal heroína de Shakespeare. Quedó pensativo y preocupado.

Seis veces cada día pasa la diligencia roja, coronada de pasajeros, vestidos con camisas rojas, saliendo de improviso por los sitios más extraños, y desapareciendo por completo a unas cien yardas del pueblo. A este brusco recodo del camino débese tal vez que el advenimiento de un extranjero a Smith's-Pocket, vaya generalmente acompañado de una circunstancia bastante especial.

Me la imaginaba yo vestida de blanco, cubierta con vaporoso velo, coronada de azahares, tímida, sonrojada, radiante de alegría. Ya me parecía verla a mi lado, de rodillas, delante del altar.

Esclava Buenos Aires Gemía en desconsuelo, Cuando brilló en el cielo De libertad el sol, Y entre flotantes nubes El astro colocando, Dijo, su sien orlando: «¡Mirad mi pabellonLibertad, sube á tu trono De la gloria en el broquel, Agitando nobles palmas, Coronada de laurel.

Ansi como fué coronada lleváronla á la otra silla de la otra parte del altar, habia de ser despues de coronada, é ansí como el Rey ovo dado paz á la Reina, llegaron á la Reina los infantes, é besáronle la mano, é ella los besaba en la boca, é esto mesmo fizieron D. Enrique de Villena é Doña Leonor su hermana.

¡Al caer las hojas!... Aborrecía los árboles cuyos ramajes se desnudaban como esqueletos del otoño; huía de ellos como si su sombra fuese maléfica, y adoraba una palmera que el siglo anterior plantaron los frailes, esbelto gigante con la cabeza coronada de un surtidor de ondulantes plumas. Aquellas hojas no caían nunca.

Dentro de unas horas, hablaré ante el rey, mejor dicho, sobre el rey; no varios palmos, los que se alce el púlpito, sobre la testa coronada y ungida, sino infinitos palmos, porque represento la conciencia indeleble y eterna, que está a inaccesible altura por encima de tronos, cetros y soberanías.

¡Qué hermosas son esas cabezas de náyade con la cabellera coronada de hojas y flores que los artistas helénicos han burilado en sus medallas y esas estatuas de ninfas que han elevado sobre las columnatas y los templos! ¡Cuán encantadoras son esas imágenes ligeras y vaporosas que Goujon ha sabido, no obstante, fijar para los siglos en el mármol de sus fuentes!