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¿Por qué toma usted a juego el torturarme le pregunté, sabiendo que su complacencia en tolerar la actitud comprometedora de Lautrec es injuriosa y cruel para ? Sea usted justo exclamó. Lautrec hace a mi lado lo mismo que usted con la niña de Lacante... Mi coquetería no es más criminal que la de usted.

Y la microscópica doncella, que no era gentil ni bonita y en quien las asperezas del carácter habían sofocado todo germen de coquetería, trasformándola en sacerdotisa del dolor, en una euménida fatal y despiadada, se dejaba festejar complacientemente por aquel bruto.

Facundo había ganado una de esas enramadas sombrías, acaso para meditar sobre lo que debía hacer con la pobre ciudad que había caído como una ardilla bajo la garra del león. La pobre ciudad, en tanto, estaba preocupada con la realización de un proyecto lleno de inocente coquetería.

¡Qué dicha, y que amables son los hombres! a pesar de lo que dice mi tía. Qué ¿vuestra señora tía no ama a los hombres? La verdad es que ya pasó para ella la edad de la coquetería. La coquetería... Jamás se me habla de eso. ¿Os parece que se debe ser coqueta? Sin duda, primita; a mis ojos eso es una cualidad, pero coqueta en el buen sentido de la palabra.

Y aquella mujer todavía hermosa, con el encanto sabroso de la madurez, que ensanchaba sus formas, aterciopelándolas, parecía complacerse con dolorosa coquetería en apreciar en el espejo, mientras se colocaba la mantilla, las canas que cortaban el esplendor rubio de su cabellera, las ojeras azuladas y dolorosas, su boca plegada por un gesto lloroso, como si estuviera en perpetua oración.

Era una corpulenta cigüeña blanca, que salió de detrás del torreón, y que sin el menor espanto, sino mansa y serena, se vino hacia Poldy con paso lento, grave y majestuoso. De vez en cuando movía la cabeza a un lado y a otro con graciosa coquetería.

¿V. no sabe, padre, que eso se califica con un vocablo novísimo en castellano, y que suena mal y como censura? ¿Qué vocablo es ese? Coquetería.

Luego más tarde entra la confianza y con ella el desaliño; pero lo que es la entrada primera en el comedor de un barco es irreprochable. Ellas se rodean de todos los pequeños detalles de la coquetería, estrenando, por supuesto, el indispensable traje de viaje.

Y le parecía que el pecado de querer a un Mesía era ya poco menos que nada, sobre todo si servía para huir de los amores de un Magistral... «¿Pero qué se habría figurado aquel señor cura?». No se acordaba la Regenta ahora de aquello del «hermano mayor del alma», ni de la leña que ella, sin mala intención, sin asomo de coquetería, había arrojado al fuego de que ahora se avergonzaba.

Basta, Julio, basta, en estas cosas está demás razonar... Déjame desahogarme... Si ella fuese de esas criaturas inconscientes, pura irreflexión, pura coquetería, todo lo que hace sería cien veces más perdonable. Pero no, es inteligentísima, más que cualquiera de sus amigas. No, no es una irreflexiva; por el contrario, parece que siguiera el hilo de mis ideas y adivinara todo lo que pienso.