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5 Oyendo tu caridad, y la fe que tienes en el Señor Jesús, y para con todos los santos; 7 Porque tenemos gran gozo y consolación en tu caridad, de que por ti, oh hermano, han sido recreadas las entrañas de los santos. 12 el cual te vuelvo a enviar; pues, recíbele como a mismo. 13 Yo quisiera detenerle conmigo, para que en lugar de ti me sirviese en la prisión del Evangelio;

35 Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso tomar consolación, y dijo: Porque yo tengo de descender a mi hijo enlutado hasta la sepultura. Y lo lloró su padre. 36 Y los madianitas lo vendieron en Egipto a Potifar, oficial del Faraón, capitán de los de la guardia.

27 Así que, enviamos a Judas y a Silas, los cuales también por palabra os harán saber lo mismo. 28 Que ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: Pasadlo bien. 30 Ellos entonces despedidos, descendieron a Antioquía; y juntando la multitud, dieron la carta. 31 La cual, como leyeron, fueron gozosos de la consolación.

Entonces, yo mismo me abismé en prácticas piadosas; y Lisboa asistió a este espectáculo extraordinario: un rico, un Nabab postrándose humildemente al pie de los altares, balbuceando con las manos juntas, rezos y plegarias, como si viese en la Oración y en el Cielo algo más que una consolación ficticia que inventaron los dueños de todo, para contentar a los que no tienen nada.

Todo se lo confiaban. El Conde buscaba en su amiga consolación para sus disgustos y consejos para sus dificultades. Rosita admiraba el talento del Condesito: le reía todos los chistes, hallaba que nadie era más discreto que él; ni su poeta ni su marido valían un pitoche al lado del Conde, y por él hubiera hecho Rosita cualquier sacrificio.

No necesitaba estampar estos pormenores, porque los he de recordar mientras me dure la vida. En cierto paraje estrecho tropezó en una piedra grande, y gracias á D. Primitivo, que la sostuvo, no cayó. Me he fijado en la piedra, porque pienso arrojarla al río... Pero no; mejor será llevarla á mi jardín y conservarla. Llegamos cerca de una capilla llamada de la Consolación.

Aunque en la noche obscura, en el tortuoso y áspero camino y en la larga y cansada peregrinación, busquemos en balde reposo en las ruinas del templo, y pidamos inútilmente consolación y fe a los monjes difuntos, todavía una fe más radical y más íntima persiste en el ápice de la mente, surge del abismo del alma y no nos abandona. Todavía nos asiste Dios, nos guía y nos conforta.

Nos alojamos en una fétida barraca titulada: «Hospedería de la Consolación Terrestre». Me fué reservado el cuarto noble, el principal, que se abría sobre una galería formada por estacas. Estaba ornado de dragones de papel recortado, sujetos por cordeles de los travesaños del techo.