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Oh, no, eso no... Tal creo yo; pero de todas suertes... quiero volver al redil... de mis mayores... pero ha de ser con ayuda del señor don Fermín; tengo motivos poderosos para exigir esto, son voces de mi conciencia.... Oh, muy respetable... muy respetable.... Pero si ese señor Magistral no parece.... Si no parece, cuando el peligro sea mayor, confesaré con cualquiera de ustedes.

El señor sabe que esta propiedad perteneció en otro tiempo al último Conde de Castennec, á quien tenía el honor de servir. Cuando la familia Laroque compró el castillo, confesaré que me apesadumbré y vacilé mucho para quedarme en la casa. Me había criado en el respeto á la nobleza, y me costaba mucho servir á gentes sin nacimiento.

Los mismos; BALBINA, que interrumpe bruscamente la escena, entrando por la izquierda presurosa y sofocada. BALBINA. ¡Señora, señora! BALBINA. ¡Ay, lo que ha hecho la señorita! Me han descubierto. Acaba... ELECTRA. Confesaré si me dejan. Ha sido que... BALBINA. Fue a casa de Don Máximo, y le robó... porque ha sido como un robo... muy salado, eso . DON URBANO. ¿Pero qué...?

Reynoso la miró prolongadamente con ojos escrutadores. Está bien, hija mía; ya que quieres a todo trance que te hable con franqueza, y ya que veo que no tienes ese empeño en vivir en Madrid que yo imaginaba, te lo confesaré... No dejo el Sotillo con placer. Aquí he nacido y me he criado y aquí y en todas partes donde he vivido la soledad ha sido mi fiel compañera.

Ahogaré este amor y viviré para Linilla; pensé ¡sólo para ella! ¡Le escribiré, iré a verla, y le confesaré todo! ¡Es tan buena, tan sencilla, tan cariñosa!... «Mira Angelina, Linilla mía, ¡perdóname! le diría yo. He sido infiel a tu cariño, a tu amor.

Estos días se me han hecho tan largos, como cortos los hubiera querido mi impaciencia. ¿Qué consideraciones me detienen? me preguntaba yo, y puesto que toda mi dicha es ella, ¿quién me impide cerciorarme de su amor? No obstante, te lo confesaré, me parece que olvido mis resoluciones cada vez que llega la ocasión de llevarlas a cabo, y así he llegado hasta hoy.

Aunque no tenga afición a los libros, algunos me gustan; pero apenas tiene uno tiempo para tomarlos en la mano... Yo no cómo me arreglo que no tengo una hora mía..., unas veces por uno y otras por otro... Confiesa, chica, que no te gustan y punto concluido. Si quieres lo confesaré, pero no es verdad; algunos me gustan. ¿Y el Menino? ¡Ay, , vamos, vamos!

, la amo; lo confesaré a todo el mundo, y todo el mundo me envidiará... empezando por usted, señor notario, que no me escucha... y que tan atentamente examina esos fárragos de papeles.

También para estas tempestades hay conjuros. ¡Yo me arrastraré como penitente donde me han visto triunfar como pecadora!, ¡yo confesaré a voces mis pecados donde quiera que haya gentes honradas que me oigan!... ¿Qué más puedo hacer? Jesús no pidió tanta penitencia a la cortesana arrepentida, y había escandalizado más que yo.

Pero como el ocio nunca entró en mis cálculos, decidí estudiar una carrera, y elegí la carrera de médico-cirujano. Aquí, entre nos, le confesaré que siempre he considerado la medicina como la carabina de Ambrosio, pero la cirugía, ¡ah! eso es otra cosa.