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Para satisfacer los deseos de las compañías de comediantes, cuyo número iba siempre en aumento, alquilaron las cofradías de la Pasión y de la Soledad otros dos corrales, uno de los cuales pertenecía á la viuda de Valdivieso, y el otro, sito en la calle del Lobo, á Cristóbal de la Puente.

Pero me hubiera engañado, como me he engañado respecto á otros... hubiera mentido de buena fe y luego... os hubiese abandonado. Confieso que no os comprendo, señora. No importa, ya me comprenderéis. Pero ya estamos cerca del teatro, oíd: delante de las gentes, en presencia de los comediantes, os trataré de tal modo, como si fuese vuestra querida.

Pero preferían solicitar un armisticio y entregar sus armas, para que los imbéciles que tanto los habían admirado pudieran seguir creyendo en su divinidad de invencibles y en que se retiraban á sus tierras era únicamente por consideraciones de política interior. ¡Lúgubres comediantes, como su amo, hasta el último minuto!...

Rámila había dicho, aludiendo á Lope: «¡Quantos comoediarum acervos aspero nummo histrionibus recitandos commissisti, in quibus plerumque ineptire soles!» ¡Cuán grande muchedumbre de comedias, llenas de ordinario de sandeces, diste á recitar á los comediantes con trabajosa ganancia!

Un escritor francés, del siglo XVII, dice á este propósito lo siguiente: «En el primer año del casamiento del Rey vino á París una compañía de comediantes españoles; los comediens du Roi les cedieron el teatro, como antes hicieron con los italianos, los cuales, con Molière, ocuparon el teatro Petit Bourbon y el del Palais-Royal.

Se representan en el patio ó en la calle del presidente de cada consejo, á quien corresponde. El Rey asiste también, y los billetes se reparten la víspera entre los espectadores distinguidos. Fuimos, pues, convidados, llamándome la atención que se encendiesen innumerables antorchas, cuando el sol caía á plomo sobre los comediantes y derretía las bujías como si fuesen de manteca.

La Montansier no fué la última en corresponder al patriótico llamamiento, y secundada por el obediente Neuville, cerró su teatro y acudió al Campo de Marte, al frente de una risueña compañía compuesta de autores, músicos y comediantes. Muchas mujeres imitaron su ejemplo, y esto aumentó su popularidad.

Ya los mejores teatros quedaron tomados, ya las compañías principales salieron... Y en los «mentideros» madrileños sólo quedan los malos comediantes, los fracasados; ó los inadaptables, los ariscos, los orgullosos, que no aceptaron las proposiciones que recibieron por juzgarlas despreciables y hasta ofensivas á sus merecimientos.

La voz exasperada del tenor, como si fuese un eco del pensamiento de Ferragut, lanzaba una romanza de la fiesta de Piedigrotta, una lamentación de amor melancólica, un cántico á la muerte, última madre de los enamorados sin esperanza. ¡Todo mentira! dijo Freya riendo . Estos mediterráneos... ¡qué comediantes para el amor!... Ulises quedó indeciso, no sabiendo si se refería á él ó al cantante.

Otros comediantes «cantan»; éstos son peores: son los esclavos del «latiguillo» odioso, los siervos del ritmo, en quienes la costumbre de «oírse» mata el hechizo avasallante de la emoción.