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Actualizado: 24 de julio de 2025
Intimar con los Vegallana era intimar con don Víctor y su esposa, ya lo sabía él; siempre estaban juntos unos y otros, en el teatro, en paseo, en todas partes, y la Regenta comía en casa del Marqués muy a menudo. De modo que, para verla, allí mucho mejor que en la catedral.
Y dando un patético suspiro, se frotó las manos; y renunciando al ideal de cobrar dos veces, no pensó más en aquello y volvió a sus negocios. En cuanto a Reyes, al llegar al portal, donde trabajaba y comía un zapatero de viejo, tuvo varias ideas y un desmayo.
Rosita le decía don Modesto , antes comía usted lo que un pájaro puede llevar en el pico, pero ahora está usted acreditando que lo que se cuenta del camaleón no es fábula. Ya ve usted respondía Rosita que gozo de perfecta salud, lo cual prueba que necesitamos muy poco para vivir y que todo lo demás es pura gula. En cuanto a su austeridad, había llegado a ser algo más que severa; era cáustica.
Para estimular el apetito de sus compañeros, Melchor comía con exceso y rompía los silencios con observaciones más o menos felices, destinadas a reanudar la conversación y a disipar alguna sombra en el espíritu de sus dos amigos.
Con esto, don Narciso era el comensal obligado en todas las fiestas y gaudeamus de la sociedad elegante de Peñascosa: comía vorazmente, y de ello hacía alarde, bebía al mismo tenor, y cuando llegaban los postres, nunca dejaba de brindar con alguna coplita que resultaba casi siempre sucia.
El jardín estaba oscuro, desierto; no se percibían más ruidos que el caer continuo de la lluvia sobre los enarenados paseos y las alegres risotadas de la murmuración de la servidumbre que comía reunida en una cocina de la planta baja. Lázaro, conociendo que tenía el campo libre y seguro, se aventuró a satisfacer su capricho.
Jamás se le había ocurrido la posibilidad de perder el tiempo con una mujer. Eso quedaba para los hartos, para los felices. El señor Manolo comía con entusiasmo, alabando la carne tierna de los animales de El Pardo. Olía a tomillo, a romero, a todos los perfumes del bosque. Los domingos eran para él días de descanso y plácido aislamiento.
Volvióse al sol, y dejónos solos. Certifico a vuestra merced que había uno de ellos que se llamaba Surre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y por dónde se comía, que una cortecilla que le cupo la llevó dos veces a los ojos, y entre tres no la acertaba a encaminar de las manos a la boca.
Aquella le cocía, y comía los ojos y la lengua, y el cogote y sesos, y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos. Y dábamelos en el plato, diciendo: "Toma, come, triunfa, que para ti es él mundo. Mejor vida tienes que el papa." "¡Tal te la dé Dios!", decía yo paso entre mí.
Don Pantaleón se hallaba en el período de fiebre que suele preceder a los grandes descubrimientos. No comía, no dormía, no sosegaba. Pasaba pocas horas en el laboratorio. Los preparados y el microscopio ya le habían dicho la última palabra.
Palabra del Dia
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