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Actualizado: 22 de junio de 2025
La nostalgia de Lancia, de la tertulia de Quiñones, y sobre todo de las burlas de su colega Valero, le impulsaron a dejar la patria gallega para venir de nuevo a habitar entre los lacienses. Valero, ascendido a presidente de sala, más ajado cada día, más jaranero y ceceoso, se sienta a la izquierda del prócer.
Dimmesdale después que pronunció su discurso, se adelantó apresuradamente para ofrecerle su apoyo; pero el ministro, todo trémulo, aunque de una manera decidida, alejó el brazo que le presentaba su anciano colega.
Pero después de esta lamentación, su coquetería amorosa le hizo explicarse para excusar los defectos que pudiera tener su vestido. Me lo ha prestado la esposa de mi colega el profesor de Física. Sé bien que es de forma algo anticuada. Hay muchos hombres que visten mejor.
El señor de Bevallan sin alzar la voz me insinuó, que este contrato era una obra de desconfianza. ¡Una obra de desconfianza, señor! respondí en el tono más elevado de mi garganta. ¿Qué pretende decir con eso? ¿Es contra la señora de Laroque, contra mí, ó contra mi colega aquí presente, que dirige semejante imputación?...
El presidente hizo una mueca, y dijo a su colega de la izquierda, bajando la voz: ¡Nos está haciendo perder el tiempo! Dirigiéndose a Karaulova, preguntó: ¿Ha comprendido usted? Según sus documentos, es usted cristiana. Y, sin embargo, no lo soy. Ya ve usted, señor fiscal, no quiere comprender. El incidente comenzaba a enojarle.
Su punto de vista, en consonancia con la energía de su carácter, era que para colonizar un país, se hacía indispensable extirpar a los indígenas; sin extirpación, imposible la colonización. Este fue el principio que sostuvo en una serie de artículos escritos «con más bizarría que gramática,» al decir de un colega ministerial.
Sin duda, señorita; pero como decimos nosotros entre augures, el veneno está en la cola, in cauda venenum. Era verdaderamente agradable, amigo mío, ver la fisonomía del señor de Bevallan y la de mi colega de Rennes, que le acompañaba, cuando llegué á descubrir bruscamente mis baterías.
Las mujeres sólo tienen que preocuparse por unas horas del acto maternal, é inmediatamente vuelven á sus trabajos, sin guardar huella alguna del accidente. Mi colega el profesor de Física debe estar á estas horas trabajando en su laboratorio. Pero ¿quién cuida á los hijos? preguntó el gigante. Les cuidan los varones, como es su deber.
El cutis, a su vez, se resquebrajaba visiblemente. Sí, prosiguió la voz, es el principio... Concluiré de una vez. A usted, un colega, le debo toda esta historia. Los padres hicieron cuanto es posible para resistir: ¡un morfinómano, o cosa así! Para la fatalidad mía, de ella, de todos, había puesto en mi camino a una supernerviosa. ¡Oh, admirablemente bella! No tenía sino diez y ocho años.
¿Subterfugio, colega? ¡Permítame que como más antiguo le pida borrar esa palabra de su vocabulario! Pero, en fin murmuró el señor de Bevallan, se me ligan las manos de todos lados, se me trata como á un chiquillo.
Palabra del Dia
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