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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Volvime, sin saber a quién se dirigía la pregunta, y me hallé enfrente de un hombre no muy alto, de barba y pelo cenicientos, de facciones afiladas, que me miraba con unos ojos pequeños y hundidos, y de color indefinible, esperando, a no dudarlo, mi respuesta. Como el reloj era de niquel, eché mano de él, sin temor de mostrarlo, y le dije: Las siete y veinte minutos.
Veíanse neblíes, de dedos luengos y finos, que miraban con altivo desprecio el varal y querían ser llevados siempre en la mano; harto halcón zorzaleño, con la pinta amarilla como gota de azufre, y las patas cargadas de cascabeles para aturdirles el ardor; cenicientos alfaneques de Tremecén, de pupila siniestra; sagres de Asturias con plumas entre los dedos; gerifaltes de Noruega, blancos como gaviotas; y uno que otro de aquellos que llamaban letrados en Castilla, por sus alas escritas, a lo ancho, como las fojas de un libro.
Mis ojos negros no hacían pensar que yo me impacientase en las tristezas de la espera de un esposo soñado; mis cabellos indisciplinados, de matices cenicientos, no atestiguaban un carácter melancólico, y mi sonrisa no indicaba ninguna decepción del corazón. La abuela sonrió maliciosamente sin dejar de mover la cabeza. Sí, sí; confieso que no has llegado todavía a la decrepitud.
A medida que ascendía el pequeño destacamento, mejor se distinguía el uniforme del parlamentario y hasta su fisonomía: era un hombre delgado, de cabellos rubios, cenicientos, bien proporcionado y de movimientos resueltos. Al pie de la peña, Frantz y Kasper le vendaron los ojos, y no tardaron en oírse sus pisadas, que resonaban bajo la bóveda.
Entonces, el paisaje que yo tenía delante se iba borrando poco a poco: el suelo pajizo; la acequia fangosa; la llanura inundada; los chopos cenicientos del camino polvoso, siempre lleno de viandantes; las hileras de sauces melancólicos; la ciudad lejana, túrrida, envuelta en pesados vapores; la aldea salinera, situada como en un islote; la remota cordillera de Ajusco y los picachos de la Cruz del Marqués.
Había adelgazado de un modo alarmante, con un enflaquecimiento de enfermedad. Su cráneo parecía haberse empequeñecido, y sobre su calvicie se desplomaban como ruinas algunos mechones cenicientos y espaciados. Una observación del coronel renació en su memoria. Toledo había estudiado la decadencia de los jugadores.
Palabra del Dia
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