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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Durante estos dos días, D. Acisclo desplegó la más prodigiosa magnificencia. Tuvo, por decirlo así, mesa de Estado. Toda su parentela, el médico, su hija y su yerno, y el cura D. Miguel, almorzaron, comieron y hasta cenaron con él y con el agasajado D. Jaime.

Mientras cenaron, endilgó Malespina nuevas mentiras, y pude observar que su hijo las oía con pena, como abochornado de tener por padre el más grande embustero que crió la tierra.

Había aún que cernerla para separarla de las fibras; pero habiendo llegado la noche, se dejó aquella segunda operación para el día siguiente. Cernieron, con todo, por lo pronto, una pequeña cantidad de aquella harina, la amasaron con un poco de agua y la pusieron a cocer sobre brasas. Con aquel pan y con tortuga asada cenaron muy bien aquella noche.

Al día siguiente hizo averiguaciones para conocer con exactitud lo ocurrido; y los calaverillas de la Bolsa, que sabían lo de la riña, le enteraron con una exactitud cruel. Quien había aporreado a su hermano era Roberto del Campo. Los dos cenaron en un restaurant para conmemorar los buenos golpes que habían dado en la ruleta del Sportsman Club.

-Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono -dijo maese Pedro-, pero no habrá diablo que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos. En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo.

Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron a la despensa de sus alforjas, y, sentados todos tres en buen amor y compaña, merendaron y cenaron, todo junto. Levantada la arpillera, dijo don Quijote de la Mancha: -No se levante nadie, y estadme, hijos, todos atentos.

A la hora de ánimas, Miguel y Tiburcio cenaron juntos en su posada, y ya solos y de sobremesa, con la regocijada confianza que el haber comido y bebido bien inspiran, Tiburcio expuso a Morsamor lo sustancial de su plan, venció su repugnancia y logró que le aceptase para desechar melancolías y para consolarse de los desdenes y sobreponerse a la altivez de la noble amiga de la Reina.

Con esto Berenguer sin advertir en lo pasado, y en los daños en que su confianza le habia puesto, se fué á la Capitana, donde Eduardo de Oria con otros muchos caballeros le recibió y acarició. Comieron y cenaron juntos con mucho gusto y amistad, tanto que Berenguer se quedó á dormir en la Capitana, prosiguiendo hasta muy tarde algunas platicas en razon de su conservacion.

Y, a poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon; y Sancho alivió el jumento, y, tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto -que pocas veces se dejan mal pasar- en la acémila de su repuesto traían.

"Es cosa muy saludable y provechosa decía cenar poco para tener el estómago desocupado", y citaba una retahila de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que ahorraba un hombre sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno.

Palabra del Dia

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