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Al paso que rellenaba la maleta, razonaba para consigo: «¿Señor, Señor, por qué ha de haber tanta maldad y tanta estupidez en la tierra? ¿Por qué el hombre ha de dejar que lo pesque el diablo con tan tosco anzuelo y cebo tan ruin? Llegaba aquí del soliloquio cuando trataba sin éxito de acomodar el sombrero de canal de modo que la cubierta de la maleta no lo abollase.

Con los ojos amarillentos fijos en lo alto, agitaba las barbillas de su rostro, recortadas como hojas, y unos apéndices dorsales semejantes á plumas. Este cebo falaz atraía á los inexpertos, cerrándose sobre ellos las cavernosas mandíbulas.

Y su plan lo adivino ahora como si lo estuviera viendo ... Quiere robarme tu cariño ... Ha puesto á su sobrina como un cebo para cogerte en sus redes ... , ya lo que me vas á decir; la sobrina es encantadora ... ¡Al casarse con una joven, no se casa uno con su madre y mucho menos con su tía!

Sin embargo, el mismo público que gime y se lamenta durante el invierno, es el que baila en el verano. ¡Inescrutables misterios de la humanidad, que yo respeto y admiro! Por eso los tales bailes son la única curiosidad que podemos ofrecer ya en Santander á los forasteros que nos visitan durante el estío; el único aliciente, el mejor cebo.

Sin mirarse siquiera se reconocieron, al ver de reojo cada uno á su compañero con qué seguridad en la mirada y los movimientos estaba manejado el instrumento y con cuánta inteligencia hacía que el cebo buscara á los pescados. «¿Indudablemente es usted el célebre X? Para servirle. ¿Es acaso al famoso Y. á quien tengo el honor de contestar

Como moscas acudían a su tenducho reluciente los pobres papanatas de la feria, y como moscas caían en la miel de sus ponderaciones y lisonjas, dejando en el cebo engañador hasta el último maravedí de los ahorrados para fines bien distintos. Para las mujeres, sobre todo, tenía el charlatán un anzuelo irresistible; y para las buenas mozas, en particular, un «aquel» que las atolondraba.

¡Ah! aquel hombre, cuando le dejó la dama tapada en una callejuela solitaria, me detuvo hierro en mano. ¡Oh! exclamó el duque de Lerma ¿se trataba de mataros? Y la reina se había puesto por cebo; no tengo duda de ello. Además, aquel hombre había sido buscado á propósito; yo me jacto de ser buena espada; pues bien, aquel hombre me desarmó y me hizo gracia de la vida.

El berrenchín de Currita igualaba, en efecto, a su inquietud, porque justamente pertenecían sus convidados prófugos a aquella parte sana y virtuosa de la sociedad madrileña que se complacía ella en atraer a su casa para acallar con el ejemplo de estos los escrúpulos de algunos otros, a la manera que en ciertos garitos de industrias prohibidas colocan en el portal la muestra de alguna otra industria inocente, que desorienta a la policía y sirve de cebo a los incautos.

Mucho amaba don Simón a su caudal; pero no hasta el punto de no ser capaz de sacrificar una gran parte de él a cambio de una corona para sus membretes y carruajes, y de un pergamino que le elevase al nivel de la más encopetada aristocracia. No podía el Ministro, por consiguiente, haberle puesto un cebo más estimulante. ¿Lo sabía S.E.? Yo no lo diré, aunque bien pudiera.

Ellos son, generalmente, los que educan y forman los muchachos, esmerándose en aquellos que revelan mejores facultades: son los que dirigen los golpes de importancia; los que dan el cebo, o sea el dinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso se precisa plata, dada la situación a que ha llegado el mundo; en fin, son los grandes dignatarios de su orden.