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Actualizado: 5 de junio de 2025
Consultó el caso Roger con los más principales Capitanes, y á todos les pareció cosa peligrosa el dividir sus fuerzas, y sospecharon luego que esto no fuese principio de alguna muy grande traicion; y así Roger respondió á su suegra, que él no se hallaba con ánimo bastante de persuadir á los Catalanes que se dividiesen, pasando mil de ellos á Grecia, y que los demás quedasen en Asia.
Sería menester relatar también cómo los guerreros de Abu Hafáz, después de saquear algunos lugares de la isla, quisieron abandonarla para no tener que luchar con el ejército del emperador de Grecia; y como Abu Hafáz, precediendo en esto a los catalanes en Galípoli y a Hernán Cortés en México, hizo incendiar las veinte naves, para que no quedase otro recurso que vencer o morir a la gente de armas que llevaba consigo.
En este tiempo cuando los Catalanes llegaron á Constantinopla, y reconociendo las fuerzas que traian, les pareció á los Genoveses peligrosa la vecindad de sus armas; y así siempre se mantuvo entre estas dos naciones aborrecimiento y enemistad implacable que duró muchas edades, hasta que el valor de entre ambos se fué perdiendo, juntamente con el Imperio del mar, y cesó la emulacion por cuya causa muchas veces con varia fortuna se combatió.
Con esta plática Roger aseguró su crédito, y los Catalanes satisfechos de sus sospechas, y así con el reconocimiento que siempre, le dieron disculpa de los recelos mal fundados de algunos.
Estos fueron los embustes con que los Genoveses quisieron destruir los Catalanes, y ellos introducirse, y hacerse muy confidentes, y celosos del bien comun del Imperio.
¿Por qué los don Periquitos que todo lo desprecian en el año 33, no vuelven los ojos a mirar atrás, o no preguntan a sus papás del tiempo que no está tan distante de nosotros, en que no se conocía en la corte más botillería que la de Canosa, ni más bebida que la leche helada; en que no había más caminos en España que el del cielo; en que no existían más posadas que las descritas por Moratín en el Sí de las Niñas, con las sillas desvencijadas y las estampas del Hijo Pródigo, o las malhadadas ventas para caminantes asendereados; en que no corrían más carruajes que las galeras y carromatos catalanes; en que los chorizos y polacos repartían a naranjazos los premios al talento dramático, y llevaba el público al teatro la bota y la merienda para pasar a tragos la representación de las comedias de figurón y dramas de Comella; en que no se conocía más ópera que el Marlborough o Mambruc, como dice el vulgo, cantado a la guitarra; en que no se leía más periódico que el Diario de Avisos, y en fin... en que...
Don Fadrique quiso darles persona señalada; y así mandó venir de Cataluña al Infante Don Alfonso su hijo, y con diez galeras le envió muy bien acompañado para que gobernase el Estado por su hermano Manfredo. Fué Notable el contento que recibieron los Catalanes, y Aragoneses por tener prendas de la casa Real de Aragon entre ellos.
El emperador Andronico temiendo que Roger descubiertamente no tomase las armas contra él, y siguiese la voluntad de los Catalanes, ofendidos del engaño que hubo en las monedad de sus pagas, quiso que el Príncipe Maruli general de los Romeos que militaban con Roger en el Oriente, fuese de su parte á traerle á Constantinopla, y le asegurase de su voluntad, que siempre habia sido de hacerle merced, y engrandecerle, y juntamente le ordenó que dijese á su hermana Irene que se viniese con él, por parecerle que tendría autoridad con el hierno para persuadirle lo que importase.
Libres los de Philadelphia del sitio, que tan apretados les tuvo por el valor de las armas de los Catalanes, salieron á recibir el ejército los magistrados y el pueblo, con Teolepto su Obispo, varon de rara santidad, y por cuyas oraciones se defendió Philadelphia más que por las armas del ejército que la guardaba.
No estaban los Catalanes y Aragoneses á su parecer enteramente satisfechos, si los Masagetas, con su General Gregorio, principal ministro de la muerte del César Roger, y de los que con él iban, se retiraban á su patria, sin llevar justa recompensa del agravio que de ellos recibieron.
Palabra del Dia
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