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Don Víctor se fijó en un velador, que era Carvajal, y ya iba a concederle la palabra, para que dijese en son de disculpa: Desde que sois mi cuñado ni de palabras me afrento..., etc.,

No será usted, pues, religiosa, y se casará con Fernando Carvajal, amable y encantador caballero que la hará completamente dichosa. ¡Nunca!... Es inútil tratar de contrariar mis deseos. Será usted quien lo elija y le entregue su mano... Imposible; pensaré siempre en Carlos. ¡Carlos mismo le obligará a que le olvide!

No contento con la zizaña que habia sembrado en Buenos Aires, pasó á Madrid, donde las recomendaciones que llevaba, y los servicios que habia prestado, le pusieron en contacto con D. Ricardo Wall, sucesor de Carvajal, y comprometido en todos sus planes.

Estos, por su conducta algo orgullosa, se habían enemistado con otros caballeros, y en especial con uno llamado D. Ramiro. La animosidad de D. Ramiro contra D. Juan de Carvajal creció mucho de punto por ser éste su rival en los amores de una bella dama, denominada Doña Ana.

«Farinelli tendrá el honor de recibir mañana, antes de comer, al señor duque de Carvajal y a don Fernando, su hijo, en el gabinete particular de la Reina. Huelga añadir que ambos no se hicieron esperar.

, señores decía un hombre de reducida estatura cubierto con una peluca empolvada, y cuyo vestido estaba adornado de cordones; ¡por mi parte, nada temo, y, en consecuencia, hablo muy alto!... ¿Creerán ustedes que yo, grande de España, conde de Fonseca, marqués de Priego, he hecho una antesala de dos horas en el palacio de nuestro Rey? Como yo murmuró en voz baja Carvajal.

De pronto, presentose en la puerta del salón, como no atreviéndose a entrar, un hombre vestido con una ropilla negra. Este hombre era el señor Manuel Perico, notario real de la ciudad de Granada, y apoderado del duque de Carvajal. Llevaba a la condesa de Pópoli el contrato de matrimonio. Isabel se estremeció.

Por él dirigidas al muy alto y poderoso Sr. D. Phelipe, Rey de España. Aparece de la dedicatoria, que la obra fué comenzada por Micael de Carvajal, natural de Plasencia, y terminada por Luis Hurtado.

Sin embargo, Alfinger y sus sucesores no lograron establecer la autoridad española más allá de una faja estrecha a lo largo de la costa. Sólo en el año 1545, cuando el gobierno español despachó a Juan de Carvajal y anuló la concesión de la familia de Belzares, se logró establecer una colonia permanente en el interior.

El duque de Carvajal, su padre, era uno de los primeros señores de la provincia de Granada. Las intrigas de la corte y la privanza de Ensenada, ministro de Fernando VI, teníanle, hacía mucho tiempo, ausente de Madrid y postergado en su carrera política. No pudiendo ser hombre político, anhelaba ser rico, y la avaricia había sucedido a la ambición. Una pasión consuela a otra.