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Actualizado: 22 de julio de 2025


Le aseguro, en mi condición de capuchino, que mi vida tranquila y meditativa es mucho más preferible que la del hombre de mundo que, como usted, se ve obligado a llevar la existencia febricitante de la época moderna, en que se aprecia como meritorio al afortunado sin conciencia ni escrúpulos y se consideran el más grande pecado las desgracias de la vida de uno cuando llegan a descubrirse.

Deseando que el capuchino pasase por junto a , con el objeto de poderlo ver mejor, me dejé estar en la iglesia. ¿Le hablaría, o permanecería silencioso y haría que Babbo lo vigilase?

Uno de sus enemigos. ¿Pero sabía usted lo que contenía esa bolsita? Jamás me lo quiso decir fue la respuesta del capuchino, mirándome de lleno a la cara. Sólo me dijo que su secreto estaba encerrado dentro de ella... y tengo motivos para creer que así era. ¿Pero usted conocía su secreto? le interrogué, con los ojos fijos en él.

Aquí no soy el señor Salvi fue la réplica tranquila del monje. Me conocen como fray Antonio de Arezzó, o, más breve, fray Antonio. El nombre de Salvi me lo dio el pobre Blair, que no quiso introducir entre sus amigos mundanos a un monje capuchino. En cuanto al origen de su fortuna, creo que conozco la verdad. Entonces ¡dígamela, dígamela! grité lleno de ansiedad.

Cuando las encendió y nuestros ojos se acostumbraron a la luz, vimos que estábamos en una especie de pieza, no muy grande, pero larga, angosta y más seca que las otras partes de la caverna. ¡Mire! exclamó el capuchino, haciendo un movimiento con la mano. Aquí está todo, señor Greenwood, y todo es suyo.

A la noche siguiente nos despedimos del vigoroso monje capuchino en la plataforma de la estación de Lucca, y subimos al tren, en el cual debíamos recorrer la primera parte de nuestro viaje de vuelta a Inglaterra.

Ansiaba poderle preguntar abiertamente si algunas veces no se hacía pasar con el nombre de Paolo Melandrini; sin embargo, temía hacerlo, por recelo de despertar sus indebidas sospechas. El tiempo será el único que podrá revelar que Reginaldo Seton fue uno de los mejores amigos del muerto dije pensativamente. Al parecer, fue la dudosa contestación del capuchino.

El Reverendo P. Fray Francisco Estapoll, Lector Jubilado, de San Francisco de Asís, Calificador del Santo Oficio. El Padre Antonio Vallés, Catedrático de Prima del Colegio de Montesión de la Compañía de JESUS. El P. F. Pedro Aliaga, Predicador Capuchino. A María Forteza, Viuda de José Cortés. El P. Fray Mateo Horrach, Lector de Teología, Trinitario. El P. Fr.

¡Entonces todo esto es mío! exclamé no pudiendo todavía dar completo crédito a la verdad. Todo respondió el capuchino, salvo la parte mía, o, más bien dicho, de mi Orden, para distribuirla entre los pobres, como pago de su misión protectora aquí, y la del señor Dawson, también, junto... con alguna concesión de recompensa, y se dio vuelta hacia Reginaldo a vuestro amigo, aquí presente.

Palabra del Dia

buque

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