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Hiciera buen o mal tiempo, veíasele a dos pasos de la quebrada, derecho como un centinela, el sombrero de fieltro encasquetado hasta las orejas, los pies en los gruesos zuecos rellenos de paja, abrigada la espalda con un capotón de paño pardo. Cuando pienso me había dicho Domingo que hace treinta y cinco años que le conozco y le veo siempre ahí...

Y, al decir esto, el honrado Lionetti sacudió, conmovido, la ceniza de su pipa y se arrebujó en su capotón, dándome las buenas noches... Durante algún tiempo, continuaron hablando a media voz los marineros... Después, una tras otra, se apagaron las pipas... No se pronunció una palabra más... Marchose el pastor viejo... Y yo me quedé solo soñando despierto, en medio de la tripulación dormida.

El padre admiró el pequeño retazo de oro en las bocamangas del capotón gris con los faldones abrochados atrás, examinando después el casco azul obscuro de bordes planos adoptado por los franceses para la guerra de trincheras. El kepis tradicional había desaparecido. Un airoso capacete, semejante al de los arcabuceros de los tercios españoles, sombreaba el rostro de Julio.

Pero decía él que su cazadora valía por la piel de un proboscidio. No le entraban balas ni catarros. En cambio Quintanar, ceñido al cuerpo el capotón espeso, tenía que hacer esfuerzos para no dar diente con diente. ¡No, no hace mucho frío! dijo, por miedo de delatarse. «Afortunadamente éste es un sonámbulo que no se fija nunca en si los demás tienen cara de risa o cara de vinagre.

Al verle don Simón a la luz de la fogata, con aquella cara, con aquel birrete de piel y envuelto desde el cuello hasta los pies en un capotón de monte, creyó estar contemplando a uno de los magos que él había visto salir alguna vez por escotillón en el teatro, entre llamaradas de resina.

Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba á interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, á quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo de colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las boca-calles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaina de acero, que resonaba arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.

Era alto, más que el de Caórnica; de luenga y puntiaguda barba blanca, moreno de color, de nariz muy prominente y aguileña, ojos pequeñitos y verdes y cejas erizadas y blanquísimas; la cabeza cubierta con un alto gorro cilíndrico de piel de nutria, y todo el cuerpo, hasta los pies, con un capotón de paño ceniciento. Parecía un mago.