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Actualizado: 6 de julio de 2025
Las gallinas de unos y otros, escalando los montones de leña, fraternizaban en lo alto de las bardas; las mujeres de las dos casas cambiaban desde las ventanas gestos de desprecio. Aquello no podía resistirse; era como vivir en familia, y la viuda de Casporra hizo que sus hijos levantaran la pared una vara.
Jamás un hombre fué mejor comprendido que lo fuí yo; y era de verse, el primer año, como hombres, mujeres, ancianos y niños, a porfía, cambiaban el aspecto de sus casas, ensanchaban sus corrales, plantaban árboles en sus huertos, y aprovechaban hasta los más humildes rincones de tierra vegetal para sembrar allí las más hermosas flores y las más raras hortalizas.
Su atavío de paje de los Reyes Católicos le sentaba muy bien. Más de una linda joven volvió la cabeza para contemplarle. De vez en cuando se acercaba al sitio donde Clementina se hallaba cumpliendo sus deberes, y sin dirigirle la palabra cambiaban algunas miradas y sonrisas amorosas.
Allí se cambiaban los vapores de dos mundos, y el agua del hemisferio Sur el hemisferio de los grandes mares, sin otros relieves que los triángulos extremos de África y América y las gibas de los archipiélagos oceánicos iba á reforzar, convertida en nubes, los ríos y arroyos del hemisferio Norte, ocupado en su mayor parte por la tierras habitadas.
Al entrar su hijo volvía la cabeza, sonreía, le llamaba por señas y, después de darle un beso, le empujaba para que se fuese. Un día el niño percibió mucho ir y venir por casa; los criados corrían azorados, cambiaban entre sí palabras rápidas; los pocos parientes y amigos que visitaban la casa estaban todos allí y tenían unas caras largas, largas, que le aterrorizaban.
Y empezó un regatear febril, una disputa de contratación que retrasaba las ventas. Pero ¿qué se vendía y qué se compraba allí? Los matacandiles que en las tardes de primavera dan materia a un animado comercio infantil, ¿se cambiaban por dinero? No, porque la escasez de numerario lo vedaba.
Según se amortiguaba el recuerdo de aquella desgracia, la gente parecía arrepentirse de su impulso de ternura, y se acordaba otra vez de la catástrofe del tío Barret y la llegada de los intrusos. Pero la paz ajustada espontáneamente ante el blanco ataúd del pequeño no llegaba á turbarse. Algo fríos y recelosos, eso sí, pero todos cambiaban su saludo con la familia.
Hablábase con insistencia, en aquellos días, de una posible sublevación de todos los moriscos de España, ayudados por el turco. En algunos palacios de la ciudad se celebraban frecuentes reuniones, donde se cambiaban noticias y se discutían pareceres. La casa del señor de la Hoz era al presente, todos los miércoles y domingos, un hormiguero de eclesiásticos y grandes señores.
Sin embargo, no puede decirse que no fuera metálico el segundo término del cambio, porque los matacandiles se cambiaban por alfileres. Zarapicos y Gonzalete eran comerciantes. No daban un paso por aquellos muladares habitados, ni aun por las calles de Madrid, sin que sacaran de él alguna ganancia. ¡Bien por los hombres guapos!
Cambiaban las formas, pero el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así sería siempre.
Palabra del Dia
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