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Allí se hablaron y se confiaron que el hada venía de visitar y dejar dormido al más hermoso príncipe que había en el mundo, y que el genio, procedente del otro extremo de la tierra, venía de contemplar y de admirar también a una maravillosa princesa dormida en su lecho virginal, allá, en el más recóndito, elegante y perfumado camarín de su magnífico palacio.

Entre los dos anteriores, y dejando entre cada uno un pasadizo de 3 metros de ancho, hay otro de 30 de largo y 10 de ancho. Los dos primeros, tienen cada uno dos dormitorios con camastros de caña, perchas y armeros, capaces para 200 hombres cada dormitorio. El camarín pequeño sirve para almacén de maderas y taller de aserrado.

Presentado había ya su proposición a las Cortes, cuando fué llamado con gran urgencia por el Ministro de la Gobernación, su especial amigo. Acudió a la cita más que de prisa; encerróle S.E. en el camarín más oculto de su despacho; y después de pasarle la mano por el lomo y de regalarle una breva, ¿Cómo anda usted de fondos en Madrid? le preguntó en seco. Don Simón se quedó petrificado.

A veces los telones y bastidores se hacían los remolones o precipitaban su caída, y en una ocasión, el buen Diego Marsilla, atado a un árbol codo con codo se encontró de repente en el camarín de doña Isabel de Segura, con lo que el drama se hizo inverosímil a todas luces. La decoración de bosque se había desplomado.

Bajo la influencia de este pensamiento, don Pedro se encerró en su camarín más reservado, tomó unas tijeras y en un libro, y provisto de una escudilla de plata con engrudo, se puso á cortar, á aislar, á descomponer una por una las letras de imprenta, y luego pegándolas con el engrudo sobre un papel, compuso la siguiente carta: «Juana de mi alma, corazón mío: Yo soy el dichoso y el desdichado que te encontró en una galería de El Escorial una noche de que es imposible que te olvides.

La habitación exhalaba un perfume penetrante como el camarín de una odalisca. ¡Oh! Esto está mejor que el cuarto de Cecilia. ¿Cuándo lo has visto? Hace pocos días me lo ha enseñado. Las paredes desnudas con unos cuadritos bastante malos; la cama sin cortinas; una cómoda vulgar...

Es bueno el elefante de naturaleza, y se deja domar del hombre, que lo tiene de bestia de carga, y va sobre él, sentado en un camarín de colgaduras, a pelear en las guerras de Asia, o a cazar el tigre, como desde una torre segura.

Hasta el recinto de su camarín, hasta el cerco de su lecho. ¡Oh, Híala, me inspiras compasión! Resolución de mujer, es palma contra el siroco; se dobla, y finge que cede; pero al fin cumple siempre el gusto suyo y triunfa de la fuerza.

A lo que parece, no había grande exageración en estas referencias. De una tal doña Juana decía otra dama en la jorn. I de El socorro de los mantos, comedia de don Francisco de Leiva y Ramírez de Arellane: «Yo donde vive os diré: y es, porque busquéis el fin de ese fuego que os abrasa, la calle Mayor su casa y un coche su camarín.

Como todo tiene su término, también lo tuvo en la mañana á que me refiero la admiración de que estábamos poseídos, esparciéndose unos por aquí, y otros por allá, buscando los más la sombra de un rústico camarín levantado en uno de los bordes más altos de la roca.