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Actualizado: 5 de septiembre de 2025


Segunda regresó a las diez, después de la horita de tertulia que solía pasar en el puesto de carne, y viendo a su sobrina muy despabilada, le dio un poco de palique: «¿Sabes a quién he visto?, a la tía esa, la de los Pavos. Fue a buscarme al cajón, muy ofendida porque el señor Ballester no la dejó entrar a verte.

La tabernera cumplió la orden con igual silencio. Manolo apuró el vaso, como lo había hecho antes, y puso una moneda sobre el mostrador. Soledad abrió el cajón, sacó la vuelta y la colocó á su lado. Está bien dijo metiéndola en el bolsillo. Me voy, hija mía, que me esperan. Hizo ademán de levantarse; se inclinó hacia Soledad. Hasta la vista, gitana. ¿No me das la mano?

Todo su empeño era hallar una fotografía. Me pidió noticias: una gran tarjeta, que estaba en el cajón de los cigarros y que yo había debido ver. Le dije que sabía dónde estaba; el señorito la había puesto el día anterior en su saco de viaje.

Por nada en el mundo hubiera distraído un céntimo del dinero que custodiaba. Velázquez tomaba diariamente las cuentas é inmediatamente se llevaba el dinero al cajón de su mesa. No era esta broma, sin embargo, ni otras semejantes las que mortificaban más á la joven.

En uno de los lados del cementerio se alza una espaciosa y sólida capilla, en la que de poco tiempo á esta parte se ha principiado á formar esa fúnebre anaquelería invento de la pobre humanidad, que sin duda cree que un cajón de ladrillo elevado á tres cuartas del suelo es mejor lecho para dormir el sueño eterno, que el hoyo abierto en la madre tierra.

Su único contento era entonces revolver su tesoro, ordenar y distribuir los objetos, que eran de una variedad extraordinaria, y por lo común, de una inutilidad absoluta. Los pedacitos de lanas de bordar y de sedas y trapo llenaban un cajón.

Cuando entré en mi cuarto, mi madre, aun despierta, me preguntó desde la cama: ¿Te ha ocurrido algo? No, nada. ¿Te has mojado? No. ¿Pasa algo importante? No; mañana te to diré. Guardé en el cajón de la mesa, bajo llave, la carta que me había dado mi tío para Machín; luego me acosté; pero por más que quise dormir, no pude conseguirlo.

La condesa no quiso confiar a nadie el encargo de arreglarlo todo y de colocar los cartuchos del oro en el cajón de los alfileres. A las diez, la canastilla salió en dirección al palacio Sanglié, mientras que el conde se dirigía a casa de la señora Chermidy. Germana y la duquesa examinaron con fría curiosidad aquellos tesoros.

Fué preciso dar sobre todo esto, mi opinión y mis consejos. La señorita Margarita lo solicitaba con una especie de afectación cruel. Yo obedecía con agrado; luego entraba en mi torre, tomaba de un cajón secreto el despedazado pañuelo que con riesgo de mi vida había salvado y enjugaba mis ojos. ¡Cobardía aún! pero ¿qué hacer? La amo.

Todo esto sin contar que Teresa, más de una vez, se encerraba en su estudi, y abriendo un cajón de la cómoda, desliaba pañuelos sobre pañuelos para extasiarse ante un montoncillo de monedas de plata, el primer dinero que su marido había hecho sudar á las tierras.

Palabra del Dia

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