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Actualizado: 26 de mayo de 2025


¡Qué hermosura de comedor!... Ahora vengan por aquí... miren... un cuarto de baño... ¡Espléndido! Mi cuarto..... y éstos que siguen... ¿ven?... para huéspedes... otro cuarto de baño... y todo con ventanas al corredor. ¡Es una gran casa! De cuartos grandes no más, ché; pero es cómoda. Ahora, nos bañaremos, si les parece, y comeremos en seguida.... Mañana recorremos lo demás. ¡, ché, a bañarnos!

Abrió el cajón de la cómoda y sacó una cajita de madera, y de ella un sello de cauchouc. Tomó un papel blanco después y lo selló. Mira. ¿Qué es esto? Un sello que pienso aplicar sobre las dos obras que voy a dar a luz y sobre todas las demás que escriba en adelante. ¿Pero qué dice aquí? No leo nada. No hay palabras; no hay más que una figura. Obsérvala bien. Parece una mancha de tinta.

Sin embargo, lo repito otra vez; buscad en mi casa, porque no he ido a otra parte. Se hizo el registro, el cual terminó con el descubrimiento que hizo Silas de la bolsa vacía y escondida tras de la cómoda, en el cuarto de Silas. Después de esto, William exhortó a su hermano a confesar su falta, y a no ocultarla más largo tiempo.

¿Qué muebles piensas enviar a casa de Engracia? Entre mañana y pasado mandaré una cómoda, un armarito, una lámpara y dos banastas con ropa: la cama y la butaca, el potro, como papá la llama, no podrán llevarse hasta el último momento. Bueno; pues ya lo sabes, por si antes no nos vemos: el sábado a las tres, sin falta, voy con la camilla. Asunto terminado.

El comedor era una vasta cámara, más vasta que cómoda y elegante, y sus muebles toscos y ennegrecidos, y sus grandes cortinas de colores marchitos, y los cristales turbios y emplomados de sus balcones, mostraban claramente que el viejo conde se curaba poco del aliño de la casa, y que el nuevo no la habitaba mucho tiempo.

Y cuando el destino le ofrecía el goce de una existencia bella, sosegada, cómoda; cuando su talento reconocido y su grandeza de espíritu, le daban asiento firme entre los que ya podían echarse a descansar, formó con su vida una flor, y la puso a los pies de la patria. Era el año 1891, y era el mes de octubre.

Más allá una cómoda y sobre ella un San José de madera con su correspondiente niño, algunos paquetes de periódicos y dos grandes caracoles de mar. Otros muchos muebles había, de los cuales no se hace mención por no ser prolijos.

Para estar en ella habría sido necesario proveerse de tiendas de campaña. El gabinete conservaba su alfombra, la cómoda, un espejo pequeño y algunas sillas. La cama dorada de la alcoba permanecía como núcleo y fundamento de la casa.

Por lo general, y así sucedía en Villalegre, la Casilla estaba en sala relativamente cómoda y espaciosa, detrás de la botica. Allí se leían los periódicos, se fumaba, se charlaba y se jugaba malilla, al tresillo, al truquiflor y al tute, y tal vez al ajedrez, al una a la dominó y a las damas.

En suma, la casa era tal y tan cómoda y señoril, que si la hubiera alquilado don Paco, en vez de vivirla, no hubiese faltado quien le diese por ella cuatrocientos reales al año, limpios de polvo y paja, esto es, pagando la contribución el inquilino.

Palabra del Dia

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