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Actualizado: 13 de junio de 2025


Carlitos se apresuró a tomar la máquina, y con mano un poco temblorosa, comenzó a desarmarla, bajo la mirada fija y atenta de su familia. Según iba sacando las piezas, dejábalas esparcidas a granel sobre la mesa. ¡Alto allá! exclamó D. Bernardo extendiendo las manos. Las distintas piezas no pueden ni deben dejarse de este modo confundidas, exponiéndonos a que después no sepamos para qué sirven.

De salud, bien. ¿Te vas resignando? le preguntó, siempre con la vista fija en el periódico y con un tono ligero que hirió vivamente a Miguel. No, señor contestó éste un poco picado. D. Bernardo se dignó levantar la vista hacia él manifestando sorpresa; tornó a bajarla y dijo en voz baja y cavernosa: Pues no adelantarás nada con atormentarte; hay que someterse a la voluntad de Dios.

A eso venía precisamente; a tratar con V. la cuestión de intereses. Casi todas las conversaciones entre tío y sobrino desde hacía algún tiempo, tomaban este tono un si es no es picante. Miguel era díscolo, y cada día iba formando una idea más pobre de las dotes intelectuales del tío Bernardo. Este, si no despreciaba a su sobrino en el fondo, aborrecía su carácter y le tenía miedo.

La única distinción que pude encontrar entre moras y cristianas, era en que las primeras vestían faldas cortas y las segundas lo hacían de cola muy larga. En cuanto á los actores no puedo resistir la tentación de bosquejar á D. Bernardo Carpio.

Por otra parte, se habían pasado ya bastantes días desde el fallecimiento del brigadier, y el tío Bernardo sólo había ido a hacerle una visita, y en ella no le habló de intereses, ni se dio por entendido del cargo que la voluntad del finado le imponía.

¡Se habrá visto muchacho más cerdo! exclamó, dando la vuelta a la mesa para acercarse al primero. Y luego que se hubo acercado le arrimó un par de bofetadas que se oyeron en la cocina, y sobre éste otro par, y otro después, y así sucesivamente, hasta que D. Bernardo exclamó en voz alta e imperiosa: ¡Mujer! Doña Martina suspendió la corrección y volvió los ojos a su esposo con sorpresa.

Luego, media hora para almorzar, un cuarto de hora de descanso. Apenas me quedaba tiempo para rascarme. Aquella portentosa obra le caligrafía me puso de muy mal humor, sobre todo porque advertí que debía pasar la mayor parte del día en las oficinas de la fábrica, situada en las afueras de la ciudad, hacia el barrio de San Bernardo.

Vamos, niño, basta dijo a esta sazón don Bernardo, que comenzaba a ver lo ridículo de todo aquello. Roedores, desdentados, proboscideos, paquidermos... ¡Basta te digo, niño! Solípedos, rumiantes, sirenios y cetáceos. ¡Si no te callas, Carlitos, voy allá y te arranco las orejas! Cuidado con lo cargante que se pone este chiquillo algunas veces!

A principios de este año habrá salido la Primera parte de comedias de Lope de Vega recopiladas por Bernardo Grassa. La primera edición es de Valencia.

Verdaderos o falsos estos dichos maliciosos, el resultado es que D. Bernardo se encontró casado, y fue necesario que su esposa salvase de un golpe la enorme distancia que mediaba entre su humildad y la grandeza y autoridad que habían acompañado al Sr. de Rivera desde sus más tiernos años. ¿La salvó en efecto esta señora?

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