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Jacinta se avergonzaba de antemano, poniéndose colorada, sólo de considerar que entraba Barbarita diciéndole con su maleante estilo: «Pero hija, ¿conque es cierto que mandaste a Deogracias meterse en las alcantarillas para salvar unos niños abandonados...?». Sólo a su marido, bajo palabra de secreto, contó el lance de los gatitos.

Durante su campaña prolífica, desde el 38 al 60, acontecía que a los cuatro o cinco meses de haber dado a luz, ya estaba otra vez en cinta. Barbarita no se tomaba el trabajo de preguntárselo, y lo daba por hecho. «Ahora le decía , vas a tener un muchacho». Y la otra, enojada, echando pestes contra su fecundidad, respondía: «Varón o hembra, estos regalos debieran ser para ti.

Fortunata dijo que . Santa Cruz le había dicho varias veces que la rata eclesiástica vivía en la casa inmediata a la suya, y que ella y Barbarita se comunicaban por los miradores.

Barbarita le quería mucho. Habíale visto en su casa desde que tuvo el don de ver y apreciar las cosas; conocía bien, por opinión de su padre y por experiencia propia, las excelentes prendas y lealtad del hablador. Siendo niña, Estupiñá la llevaba a la escuela de la rinconada de la calle Imperial, y por Navidad iba con él a ver los nacimientos y los puestos de la plaza de Santa Cruz.

Lo más particular fue que cuando se despidió, el Pituso quería irse con ella. «Volveré, hijo de mi alma, volveré... ¿Veis cómo me quiere?, ¿lo veis?... Con que portarse bien todos, y no regañar. Al que sea malo, no le quiero yo...». vi No se le cocía el pan a Barbarita hasta no aplacar su curiosidad viendo aquella alhaja que su hija le había comprado, un nieto.

Me canso horriblemente replicó el forastero, tocándose el corazón . Algo aquí... Pero dicen que es nervioso. , , nervioso afirmó Santa Cruz como si tuviera en el dedillo toda la medicina. Nervioso, claro repitió Jacinta; y Barbarita, que a la sazón entraba, también dijo: «¿Qué ha de ser sino nervioso...?».

Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones.

Al siguiente día, Barbarita, que no quería dar su brazo a torcer, llevaba unos papelitos muy raros de pasta, todos llenos de garabatos chinescos.

¿No nos contaba ayer que dejó tres novias en Londres? apuntó Barbarita, que gustaba de buscarle la lengua. ; pero a esas no las quiero replicó Moreno con la ingenuidad de un niño.

Por fin Dios le mandó en carne mortal, cuando los esposos empezaron a quejarse de la Providencia y a decir que les había engañado. Día de júbilo fue aquel de Septiembre de 1845 en que vino a ocupar su puesto en el más dichoso de los hogares Juanito Santa Cruz. Fue padrino del crío el gordo Arnaiz, quien dijo a Barbarita: «A no me la das . Aquí ha habido matute.