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Actualizado: 27 de junio de 2025
No lo diga usted dos veces insistió el señor de Ulloa, impulsado por voces de su conciencia, que en aquel momento se dejaban oír claras y apremiantes . Ya le avisé a usted en otra ocasión de cómo es Primitivo: capaz de cualquier desafuero.... Lo que yo no creo es que vaya a cometer barbaridades por gusto de cometerlas, ni aun en el primer momento, cuando le ciega el deseo de la venganza.... Con todo....
Si nos descuidamos un poco, en el monte se queda el sangriento botín de nuestra batalla, porque apenas despellejadas las fieras en el lugar, el sol, como si nada tuviera que hacer ya después de haber alumbrado tantas barbaridades, se envolvió la cara en crespones cenicientos que fueron dilatándose por la bóveda celeste, al impulso de un remusguillo que dio en soplar a media tarde.
Y cuando me contaba las barbaridades que hizo en su vida, yo no sé... me alegraba de oírla... y cuando me aconsejaba cosas malas, me parecía, acá para entre mí, que no eran tan malas y que tenía razón en aconsejármelas. ¿Cómo me explica usted esto?
¿Quién se lo ha dicho a usted? repuso vivamente, asiéndome por el cuello. ¡Oh! no sé nada. Prefiero esto, porque no sobreviviría a semejante golpe. Desde mi partida, desde hace tres meses, ha abandonado la Opera y nadie tiene noticias de ella. ¿Qué le han dicho sus compañeras? ¡Barbaridades!
Dice a veces barbaridades; pero sus barbaridades valen más que el oro, la plata y las piedras preciosas, porque son verdad pura. Lo que él te diga tómalo como el Evangelio. Deja el orgullo a un lado, como se deja una corona de teatro después de acabada la representación. Así como se hace examen de conciencia antes de confesar, haz ahora examen de tonterías para que las abjures todas.
Era la toquilla de la casa, la señorita aturdida que aprende de todo sin saber hacer nada; la que por la calle no podía ver una figura ridícula sin estallar en ruidosa carcajada; la que tenía en sus gustos algo de muchacho y aseguraba muy formal que sentía placer en hacer rabiar a los hombres; la que se escapaba a cada instante del salón, para ir a la cocina a charlar con las criadas, gozando en ser su amanuense, sólo por intercalar en las cartas al novio soldado terribles barbaridades, con las que estaba riéndose toda una semana.
Sepa Doña Blanca que yo rescato misteriosamente á nuestra hija. Sepa también que si no admite el rescate, romperé todo freno; lo diré todo; seré capaz de una villanía; la deshonraré en público; leeré á D. Valentín cartas que aún de ella conservo; haré doscientas mil barbaridades. Vamos, hombre, modérate. En seguida iré á hablar con Doña Blanca. Ella es madrugadora.
Despertaron con unas ganas atroces de reír, de alborotar, de burlarse de la autoridad gubernativa, improvisar coplas y decir barbaridades. Uno de ellos, imaginamos que haya sido Jaime Moro, lo primero que hizo al saltar de la cama fue llamar al criado y preguntarle con semblante risueño si D. Nicanor, el bajo de la catedral, le había prestado al fin su figle.
Palabra del Dia
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