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Actualizado: 6 de junio de 2025


Pero las lluvias habían maltratado las bóvedas, amenazando destruirlas, y el cabildo cubrió la catedral con un techo de pardas tejas, que daba a la Iglesia Primada el aspecto de un almacén o de una inmensa casa de vecindad.

Creía yo entonces ¡pobre muchacho soñador! que un orto de fuego sería opaco y brumoso para el malvado; que los lirios del río no tendrían aromas para el perverso; que las selvas acallarían sus músicas y enmudecerían medrosas cuando pasaran bajo sus arcadas, bajo sus bóvedas de follaje, corazones manchados.

Con frecuencia curvaba jóvenes árboles para formar toldos de verdura o bien los agrupaba en pórticos, colgando de ellos frescas guirnaldas de enredaderas con sus hojas como lanzas de hierro brillantes aún por el rocío. Quizás un día, pensaba, la conduciré bajo mis glorietas, la haré pasar bajo mis bóvedas de flores y la coronaré con mis enredaderas.

Una sirena desnuda, fija a la puerta por su cola enroscada, sirve de llamador. La catedral, labrada toda en piedra blanca y lechosa de las canteras inmediatas a Toledo, se remonta de un solo esfuerzo desde las bases de las pilastras hasta las bóvedas, sin triforiums que corten las arcadas y achaten y hagan pesadas sus naves con ojivas superpuestas.

Ciento veinte pilares sostienen las lujosas bóvedas; hemos contado veintisiete capillas, y admiro los bajo-relieves, en bronce dorado, del altar mayor, un precioso grupo de mármol, que representa el descenso de la cruz, la estátua de la Vírgen, la de San Cristóbal, de nueve ó diez metros de altura, y otro grupo de mármol llamado el voto de Luis XIII, que representa una cruz de piedra blanquísima, medio cubierta por un paño con una maestría notable; al pié de la cruz aparece sentada la Vírgen María, teniendo en sus brazos al niño Jesus.

Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión. ¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje.

Era como una catedral; pero una catedral blanca, nítida, luminosa, con sus cinco naves separadas por tres hileras de columnas de sencillo capitel. Agrandábase el ruido de los pasos lo mismo que en un templo. Las bóvedas tronaban con el sonido de los voces, repitiéndolas ensanchadas por el eco.

Andando los meses, volví á verle en el Muelle, unas veces con el cesto de los aparejos al brazo y el sueste en la cabeza, de vuelta de la mar; y otras arrimado á las jambas de una puerta, silencioso y encorvado, como esas cariátides de la Arquitectura que sostienen bóvedas con las espaldas. Y no le vi más en mucho tiempo.

La naturaleza continuó su obra creadora, insensible a las locuras de los hombres; pero éstos no amaron otras flores que las que transparentaban la luz en las vidrieras de las ojivas, ni admiraron más árboles que las palmeras de piedra que sostenían las bóvedas de las catedrales.

Pero en las bóvedas, allí donde la catedral estaba al término de su gestación, o sea dos siglos después de comenzada la obra, los ventanales, con sus ojivas multicolores, muestran la magnificencia de un arte en su período culminante.

Palabra del Dia

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