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Actualizado: 17 de julio de 2025
Pensativo dejó al matrimonio el desengañado parecer de don Justo; pero todavía se atrevió Simón a hacer este pequeño reparo: En todo caso, señor cura, siempre nos quedará el recurso, si nos pinta mal fuera de esta casa, de volvernos a ella con los trastos.
Se atrevió un parroquiano a no pagar y tras él fueron otros, y al fin no le pagaba casi nadie. Paula que había dominado a dos curas, y estaba dispuesta a dominar el mundo, no podía con su marido. «Lo que tú quieras, tienes razón», decía él, y a la media hora volvía a las andadas.
Trascurrieron algunos días. Lo mismo el tío Goro que la tía Felicia sintieron gran indignación cuando observaron que el mozo no parecía y se hicieron cargo de que renunciaba al matrimonio proyectado. El tío Goro quiso ir á la Braña á pedirle explicaciones, pero Demetria se mostró tan contraria á este paso y le rogó con tanto calor para que desistiese de él que su padre no se atrevió á ejecutarlo.
Pero duque, ¿cómo quiere usted que ahorren con una o dos pesetas de jornal? se atrevió a apuntar la condesa de la Cebal. Perfectamente, condesa. Dos pesetas para un obrero son lo mismo que dos mil para usted. ¿No puede usted separar algo de las dos mil? Pues ellos pueden de igual modo separar algo de las dos. Considere usted que se trata de quince céntimos, de diez ... aunque sean cinco céntimos.
Don Paco pasó varias veces aquel día por la puerta de la casa de Juanita, pero no se atrevió a entrar en ella antes de la hora convenida. Aunque Juanita le vio no quiso llamarle ni hablarle, tal vez por temor de revelar involuntariamente cosas que quería tener calladas. Hasta las cuatro de la tarde estuvo sin salir de casa, cosiendo con la mayor tranquilidad.
Sólo Flimnap, siguiendo los consejos de su amor y seguro de la bondad del gigante, se atrevió á ir hacia él. ¡Gentleman dijo con voz llorosa , lléveme con usted, ya que su intención es huir para siempre de esta tierra! ¡Piense en mí, se lo suplico!... ¿Cómo podré vivir cuando el Gentleman-Montaña se haya marchado para siempre?...
Pero, tío... replicó el joven, que no comprendía una sola palabra. Nada, nada; no hablemos más de esto; lo quiere ella... en buen hora. Juan Montiño no se atrevió á aventurar ni una sola palabra más, por temor de cometer á ciegas una torpeza, y se encerró en una reserva absoluta, en una reserva de expectativa.
No me acuerdo... ¿En qué querrías tú que pensase? El conde vaciló un momento; pero animado por la graciosa sonrisa de su ex-novia se atrevió a articular: En mí. Fernanda le miró en silencio, con curiosidad burlona bajo la cual chispeaba una alegría imposible de ocultar.
Quilito, tan pronto como pudo acercarse, vino a saludarla, y sin mediar presentación siquiera, charlaron como antiguos amigos. ¿No sabían, acaso, que eran primos y que él se llamaba Quilito y ella Susana? Charlaron de muchas cosas: él, de sus estudios, de sus esperanzas; ella, de sus distracciones, pero ni uno ni otro se atrevió a rozar, aun incidentalmente, el tema escabroso de la familia.
Todas las personas relacionadas con la familia de Rubín sabían la historia de la mujer de Maxi, y el dramático papel que desempeñaba en ella el señorito de Santa Cruz. Algunas, quizás, tenían conocimiento de aquella tercera salida de la aventurera al campo de su loca ilusión; pero nadie se atrevió a llevar el cuento a la de los Pavos.
Palabra del Dia
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